Una nueva enfermedad está atacando a la humanidad: El paternalismo innecesario, soberbio y dañino.
La esencia del paternalismo es “la búsqueda del bien de otra persona desde un nivel de preeminencia que permite prescindir de la opinión de esa otra persona”.
En “el paternalismo político maléfico”, usa la postura para ganar votos ofreciendo todo ya que se considera dios, por encima de los deseos u opciones del pueblo libre y competente.
Alterado, considera innecesario escuchar, informar, o permitir que se le informe al ciudadano, y el consentimiento de éste súbdito mandante, que para él es un indocto, tiene que ser pasado por alto.
El concepto decisivo en esta definición es si el habitante, que produce y lo mantiene, es competente para decidir.
Es importante darse cuenta de que el dictamen sobre la competencia del elector depende del grado de soberbia y vanidad del grupúsculo de activistas que comparten un delirio ideológico.
La superación del paternalismo ha sido el resultado de un largo proceso histórico que ha venido afectando desde la Edad Moderna a todo tipo de relaciones humanas.
Durante las edades antigua y media el molde de todas las relaciones humanas era “vertical” y estaba inspirado en la relación padre-hijos.
En la edad moderna comenzó a considerarse ideal otro tipo de relación más horizontal. Y los modelos paternalistas fueron desapareciendo sucesivamente, primero en la religión y después en la política.
Los escritos de John Stuart Mill suministraron una importante base teórica contra el paternalismo. En 1859 este filósofo llegó a afirmar: “La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo, …Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu el individuo es soberano”.
Este movimiento pluralista, autonomista y democrático ha inspirado a las sociedades occidentales desde hace varios siglos.
El acceso del pueblo al control de la información y la decisión (leer el libro de Orwell “1984”), es la vía por la que ha llegado esa mentalidad moderna. Y, en particular, la doctrina del “consentimiento informado”. Por eso se da el odio contra los medios de comunicación y los libre opinantes.
Así pues el consentimiento informado es, tras todos estos desarrollos históricos, un derecho humano individual que debe añadirse a la lista clásica de los derechos a la vida, la salud, la libertad y la propiedad.
Para comprender qué es paternalismo, una palabra quizá demasiado vaga, el entendimiento de la postura opuesta es de gran ayuda.
La concepción aceptada del ser humano, lo coloca como una persona con capacidades de razonamiento y que puede actuar. La persona entiende la realidad, puede encontrar relaciones de causa-efecto y eso le permite actuar en busca de fines posteriores a sus acciones.
Este es el punto de partida de las escuelas políticas que defienden a la libertad personal. Aceptan que las personas pueden cometer errores en sus decisiones, pero son capaces de aprender y conocer sus intereses propios y los ajenos y que saben más de lo que les conviene que cualquier otro.
El paternalismo de los políticos que lo usan parte del punto de vista opuesto. Creen que las personas no conocen sus propios intereses ni los ajenos, que cometen errores enormes en sus decisiones, que ignoran lo que en verdad les conviene y que tienen capacidades muy limitadas para razonar: Son brutos.
En resumen, el paternalismo supone que las personas no conocen lo que en realidad les conviene para su propio bienestar: no saben eso, ni cómo lograrlo.
Paternalismo, por tanto, puede ser definido como la sustitución sistemática de decisiones de personas adultas por parte de otros adultos fatuos adueñados del poder.
La posición opuesta al paternalismo es la liberal, que parte de la idea de que las personas tienen capacidad de razonar, pensar y decidir por sí mismas y que, por eso, remplazar sus decisiones es equivalente a ir en contra de la naturaleza humana.
Un gobierno ¡Un Presidente! que toma decisiones que sustituyen a las de las personas es, por esa causa, un gobierno que excede y desdeña los límites naturales que surgen de la capacidad de las personas.