La semana santa la condensamos en el triduo pascual: Jueves, Viernes y la vigilia del Sábado Santo. Tres días que resume la historia de un gran amor, la de Dios por la humanidad manifestado en Cristo Jesús.
¿Por qué matan a Jesús? Hay una causa religiosa, por blasfemo. Hay una causa legal, por proclamarse rey, atentar contra la seguridad política, hay una causa económica, por querer transformar las relaciones de poder, ver las cosas desde las víctimas, pero sobre todo hay una causa trascendente, “nadie me quita la vida, la doy yo mismo”.
“No hay amor más grande que el dar la vida por sus amigos” (Jn 15:13), porque es la forma de manifestar su fidelidad. Por lo tanto, lo que Jesús manifiesta en su pasión no es el mero sufrir, sino el incomprensible y misterioso acto de amor: amor al Padre/Dios y amor a los hombres, incluidos sus verdugos. ¡Es una locura! Es cierto, típico de los apasionados por vivir. La vida solo tiene sentido dándola. Para ello debemos superar los niveles elementales de amar.
Hay un nivel “yoico”, yo necesito amarme a mí mismo para poder amar a los demás. Nadie da lo que no tiene. El problema es que podemos quedarnos en ese nivel, creernos el centro del mundo y que todo debe girar a nuestro alrededor. Es la etapa infantil del amor, que ha dado grandes engreídos, dictadores, megalómanos, entre otros seres que han deformado el amor.
Hay un nivel de mayor madurez, que tiende con cierta facilidad al engaño y la manipulación, “te amo porque me amas”. Es vivir la reciprocidad del amor. Es necesario sentirnos correspondidos. Pero no podemos hacer las cosas simplemente por reciprocidad ni caer en un romanticismo que puede hacer idioteces que no hacen crecer. En otras palabras es condicionar el amor. Es la etapa adolescente del amor. Y de esta etapa es bien difícil salir. Poner condiciones al amor es no amar realmente. Estoy ofreciendo un intercambio y no un don.
El amor deberá, por lo general ir acompañado de los sentimientos positivos pero, en sí, no es un sentimiento. Si así fuese, se trataría de una realidad caprichosa y las personas que así lo consideran terminarían siendo muy inconstantes. En cambio, el amor es decisión y compromiso.
El verdadero amor debe ser siempre un don libre. El don de mi amor expresa mi deseo de compartir contigo todo mi bien. No te amo porque has ganado una competencia o porque has demostrado ser digno de mi amor, no me ilusiona que tú y yo somos las mejores personas del mundo. Ni tampoco me ilusiono que, entre todas las personas posibles, somos las más compatibles entre sí. Estoy seguro que habrá alguno “mejor” para ti o para mí. Pero no importa. Lo importante es que yo he elegido ofrecerte mi don de amor y tú has elegido amarme. Este es el único terreno en el cual puede crecer el amor. ¡Juntos lo lograremos! Es la etapa madura e incondicional del amor.
El amor oblativo que se ofrece y se expone a lo que viene, pero llega hasta el fin y manifiesta todo su poder en la energía vital, en la fuerza que lo transforma todo, y que tiene millón forma de manifestarse.
Siendo la entrega incondicional la mejor forma de manifestar un amor auténtico. Amar es entregarse y ver sus múltiples manifestaciones de una primavera que recrea las posibilidades de vida y esperanza para todos. Eso es la resurrección, esto es lo que me enseña Jesús: amar incondicionalmente.