Se habla del cuidado de los sentidos y también de las cuatro formas de caer en la incoherencia, pensamiento, palabra, obra y omisión. En realidad las cuatro son partes de una sola cosa. El pensamiento se va a manifestar en una palabra, la palabra en una acción; al hacer algo, al decidir qué vas a hacer algo y lo haces, otra cosa quedó fuera, omitiste otra cosa. Ese es el enfoque, decides que es lo que vas a hacer y lo haces, dejando de lado todo lo que no sea eso.
Cuando te enfocas en algo, lo que sea, estás provocando que se manifieste.
Cuando te enfocas y lo haces y dices además, lo haré “a ver qué pasa”, estás dejando que la vida manifieste una serie de posibilidades. Eres como un animal que cruza una calle y si no lo atropellan continua. Nadie debería enfocarse en algo, sin antes haber analizado todas las posibilidades, todas las consecuencias. Una vez analizadas las consecuencias, habrá que tener la capacidad de asumir que hay que ser responsable de aquello, que antes o después va a recaer en nuestra vida a consecuencia de esas decisiones, de ese enfoque.
Por eso el enfoque debe ser adecuado y basado en la premisa: no hagas a otro lo que no te gustaría que te hagan a ti.
La vida te dirá: toma, ¡te lo devuelvo!, en cualquiera de las cuatro partes del todo: pensamiento, palabra, obra u omisión. Eso creo que es parte de alguna ley, una ley que opera para todos los mortales.
Hay gente que ha superado esa instancia, los llamados iluminados, santos, maestros, extraterrestres, como quieran decirles. Se dieron cuenta del sinsentido de la dualidad. Pudieron percibir, en base al sometimiento a una disciplina interna, la delgada y absurda línea que existe entre el bien y el mal. Es tan sutil, que por momentos la pasamos todos, nos deslizamos a través de ella, como los bandidos, pasamos sin hacer ruido.
Pero una vez que hemos cruzado, el ruido se activa solo y algo del otro lado se destruye, se pierde para siempre.
Están prendidas las alarmas, solo que al olvidar el detalle de la ley, nos quedamos ciegos y no vemos que las alarmas de la vida están permanentemente activadas. Toda causa tiene su efecto, le llaman karma. Pero karma no es algo malo, es solo acción. Todo lo que haces genera una respuesta. La acción está presente en las cuatro partes del todo, pensamiento, palabra, obra y omisión.
Cuida tu mirada, cuida tus oídos, cuida tus palabras, y cuida además algo muy preciado, aquello capaz de iluminar, cuida tu sonrisa. Puede iluminar con la pureza, o puede encender con el deseo. Cuida tu alma, ese lugar a donde están almacenadas todas las posibilidades.
Estudios actuales sacan a la luz conceptos diferentes a los tradicionales. Nos decían no hagas esto, no hagas lo otro. No matarás, no dirás el nombre de Dios en vano, no cometerás adulterio. Pero sucede, y ahora lo sabemos, que el cerebro humano no procesa el no. La mente capta la parte afirmativa de lo que expresamos. Entonces si dices: no voy a pensar en ella. Piensas más. No me dejes caer en tentación, caes más. Recomiendan pensar en positivo. Pensar en positivo no es decir todo el tiempo tonterías como soy la más bella del planeta, o ser un bobo que repite soy un magnate petrolero y ni siquiera tiene trabajo. Pensar en positivo es ser consciente, ser consciente es ser auténtico, ser honesto; por lo tanto pensar en positivo es tener el pensamiento adecuado, correcto, para cada ocasión, para cada decisión en la vida.
Mientras más dices no, no quiero, eso no, estás diciendo, si, si quiero, ya voy. Y vas y lo haces y la cagas. Lo mejor es reflexionar. En el colegio pocas veces enseñan a pensar, a analizar; en la casa se ponen reglas, normativas, esto es correcto, esto no; pero el análisis, eso es lo que se necesita, y la cuota de responsabilidad. “Ya no importa hijito, papá lo arregla; mamá lo soluciona”, o “mira, que mentira, ya “no” mientas más”, “Que chistoso el niño”. Todo eso es una farsa para la vida. Nos han estafado. Y hemos estafado a nuestros hijos.
Hay que enseñar a pensar, a analizar, a ser libres con lo que hay, para conocerlo todo y entenderlo todo, desde dentro. Las cosas nos son malas ni buenas, están ahí, en el gran mostrador, deberás pasar por ellas, y saber elegir lo que conviene.
Así al salir al mundo, perverso y corrompido, llevaremos un arma interior inquebrantable, la fortaleza, que parte del discernimiento. Algo no es bueno o algo no es malo. Quita el no, porque es la trampa. Algo bueno o algo malo, es decir con algo hago un bien o con algo hago un mal. Qué decido hacer, y luego de tomar mi decisión seré responsable de lo que venga.
“A ver qué pasa”, podrían pasar muchas cosas y no es parte de la ley poner la vida, ni la tuya ni la de los demás, colgando de esa sutil división entre el bien y el mal, cuando al fondo hay un abismo y si cae lo que está colgando, se hace trizas. Es un daño tremendo decirle a alguien: estuviste por unas horas ahí, en ese absurdo del “a ver qué pasa”. Si pasaba algo que no te convenía, simplemente hubieras tenido que tragártelas, las duras y las maduras. Actuar así es signo de mucho egoísmo, el egoísmo es inmadurez, insensatez, estupidez de la más pura. Y eso es lamentable, porque el ser humano se diferencia de las bestias, en que tiene la capacidad de pensar y está obligado a utilizarla. Pensar no es una opción.
Jesucristo resumió la Ley en “no hagas a otros lo que no quisieras que te hagan a ti”, tiene la traducción exacta al positivo: “hagas a otros lo que quisieras que te hagan a ti”.
Pensar y amar, para los que duden, no es algo disociado. Porque las cuatro partes del todo: pensamiento, palabra, obra y omisión, deben ejecutarse bajo la ley universal del Amor.
Verdad es piensa luego existes no debe ser existe y luego piensa