“Cuando Sarmiento se echaba en la noche a descansar de las duras fatigas del Gobierno, de las peleas del Congreso, pasaba la mano en la colcha tejida por su madre y se dormía, era una colcha, que sobre un fondo de rosas de hilo, en letras bordadas decía: “Paula Albarracín a su hijo D.F. Sarmiento, trabajo de sus manos a los 84 años de edad”
Para abrigar a su hijo con una colcha de amor, Paula era capaz de recordar los signos del Alfabeto.”
Germán Arciniega
Hijos! Nosotras las madres, igual que Paula, somos capaces de tantas cosas por ustedes, sin importar los años que tuviéremos.
Aún a los cincuenta o a los cien años, podríamos repasar los días de su infancia, para no dejarles morir en nuestras vidas.
Escuchar nuevamente el grito que lanzaron, al salir a la luz, de nuestra entraña, anunciando con fuerza, que vivían.
La dulce sensación de vuestro cuerpo echado por primera vez sobre nosotros, Aquellas voces repetidas que decían…” ¡un varón!, ¡una mujer, ¡una mujer! ¡un varón!… “…y nuestra sonrisa iluminada al saber que teníamos un hijo.
Luego el pasito tambaleante por alcanzar nuestras manos extendidas. Las primeras vocales enseñadas y aprendidas, las sonrisas, los llantos, los dolores… los esfuerzos…los triunfos…los fracasos.
¡SUS VIDAS!
Y nosotras las madres, como Paula, capaces de tantas cosas por los hijos, sin importarnos los años que tuviéremos seguiremos limpiándoles por siempre los abrojos del camino, para que marchen ustedes sin tropiezos.
Y si cayeres de repente, ¡sólo nosotras, hijos! Con constancia y fe inquebrantable trataríamos de reparar sus vidas estropeadas, para que puedan seguir el resto del sendero; porque ricas o pobres, igual que Paula, llevamos dentro la fuerza incontenible, que nos hace capaces de tantas cosas por los hijos.
Mayo 1993