Me gustan las cascadas. He descubierto que el agua busca la quebrada para dar el salto y exhibir majestuosa sus formas, su capricho de bailar libre conquistando el aire, la roca, el espacio y el tiempo.
Ir a cascadas, entrar en cuevas, es retornar al inicio, a nuestro propio nacimiento y estar frente a otro nacer, conectado a lo superior, a lo perdurable. En las cuevas no hay día ni noche y no me cabe duda de que todas las leyes de la creación están contenidas en el sitio. Hace poco encontré una cascada dentro de una cueva, en lo más alto de la montaña, en este santuario de cascadas ubicado en Bucay, en la vía La Esperanza, ésta se llama “El salto del mono”.
¡Impresionantemente bella! Las rocas están colocadas como un altar y pese a que el agua mana desde todas las rocas, nunca el sitio esta inundado, es decir es una invitación abierta para ver la unidad de lo terrenal y lo sagrado, en equilibrio y armonía. No hay frío ni calor: la luz lo inunda todo pero también la sombra acompaña a la luz. Luz y sombra, acción y pasividad, temple y oración. Agua y tierra: la dureza de la roca y la permeabilidad, lo dúctil, maleable del agua.
Me he preguntado ¿porqué la tierra esconde sus bellos secretos en cuevas, minas, pozos? allí en la profundidad de la gruta está el oro, los diamantes, las esmeradas, el petróleo, las definidas como metales y piedras preciosas, que son el símbolo de la riqueza, el poder, lo hermoso. La cueva es nuestro nacimiento en el vientre de la madre y es también la cripta que guarda nuestra muerte. La representación del inicio y el final. Entra a está caverna y queda petrificado, estupefacto, asombrado. La belleza es la suprema ley.
Desbordado en absorto me di cuenta de la pequeñez humana, la belleza de la naturaleza no es humana ni obra humana. Ante lo majestuoso del evento ¿qué papel juego? Ante este danzar de las fuerzas ¿cuál es mi presencia? yo también represento las fuerzas de la creación y al estar ahí puedo pasar de ser un pasivo observador a un activo participante, mediante mi presencia, mi recogimiento, regresar a mi inocencia. Reconozco que la vida es una invitación. Estar en la cueva y su cascada sagrada es recibir una invitación: la acepto, me uno a todo lo real presente y participo.
Todo se está creando y yo soy unidad con esa creación. Estar aquí y estar vivo es parte de mi camino de descubrimiento.. Me echo sobre la roca y tratando de escuchar la sabiduría del silencio que acompaña a este encontrar de fuerzas creadoras e inmortales, me puse de pie y pude sentir con claridad que una presencia especial, única no ordinaria, se esconde dentro de mi: entre la columna, las vertebras, fluye y mana tranquilidad, es una fuerza interior que se encontró con las fuerzas existentes y el encuentro de estás fuerzas invita a mi cuerpo a vivir, invita a la mente al juego y dejan sueltas mis emociones para su sanación y todo tenga sentido. Entendí que está es la experiencia del SER. Que la realidad del SER es aquí, ahora. Lo esencial es inenarrable con palabras y no contienen imágenes, que haber llegado ahí no es casualidad, que hay un orden que me invita a ser parte de su orden. Que debo dar gracias, cultivar la gratitud, así el agua emerge y corre, el aire perfuma la estancia, la roca es la tierra sagrada de donde vengo y adonde voy y que la luz, el espacio, la gravedad, en fin la totalidad de la vida puede ser contenida en una humilde cueva en donde la tierra nos acoge para despertar y darme cuenta que no hay principio ni final.