22 noviembre, 2024

Vendiendo Ilusiones

Uno de los factores que llevó a la intervención de la Universidad de Guayaquil fue la tercerización de los profesores; de ahí que entre los objetivos figurara la erradicación de la precarización laboral en la docencia, para que los maestros adquirieran derechos laborales.

El mes pasado se publicó una Convocatoria para el Concurso de Méritos y Oposición para docentes, titulares, auxiliares, para las facultades de Jurisprudencia, Veterinaria, Filosofía y Ciencias Administrativas. La recepción de los documentos de los interesados estaba definida con un ajustado cronograma. Al fin la ilusión de ser docente titular había llegado a la Universidad de Guayaquil, la cual aumentó con el fabuloso comunicado del presidente del Consejo de Educación Superior, que indicaba el aumento de remuneraciones de los docentes titulares y que «lo mínimo que percibirá un profesor titular es de $2.100.»

Más de uno, con semejante anunció, se inscribió, pues ya era justo que los docentes del país sean bien remunerados en la universidad más grande del Ecuador, ya que desde ahí parte la excelencia académica. Pero de repente, como dice la canción, «todo se derrumbó» y las ilusiones se fueron al piso. Un anunció en la página web decía que el concurso de méritos y oposición para la facultad de Jurisprudencia se había suspendido: avisos en el periódico, convocatoria por redes sociales, inscripciones vía internet, bases del concurso y tabla de méritos quedaron en el aire ante el asombro de muchos docentes que llevan años impartiendo clases sin poder ser titulares con base en sus méritos, porque el concurso no termina de abrirse. Se ofreció titularidad en la docencia a través de concursos de méritos y oposición, con la intervención de la universidad, lo que aún no se termina de concretar.

Dejen de «vender ilusiones» y pongan en marcha el plan de fortalecimiento, a través de un justo y merecido concurso, donde los mejores sean quienes integren la universidad ecuatoriana.

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La Estatua

El título tan escueto responde a una realidad inobjetable: hoy por hoy en la ciudad y en el país sólo se discute de una estatua y al paso que vamos, la discusión, alimentada por el odio y el resentimiento, tiene para rato, quizás recién ha comenzado.

Es destino de los hombres realmente transcendentes el generar polémica, durante su vida terrenal y después de ella, y mientras más trascendente su paso por la vida y sus obras, tanto mayor es la polémica que dejan atrás, tal y como sucede en este caso. Ejemplos sobran en nuestra historia: Rocafuerte, García Moreno, Alfaro, Velasco Ibarra. Como ya he manifestado en artículos anteriores, León forma parte de ése selecto grupo a los que Mons. Arregui, (nuestro Arzobispo y Presidente del Comité promotor de éste monumento), denominó en su momento y con mucho acierto como los “forjadores de la historia”, y esto es un hecho cierto e inobjetable, hasta para sus críticos y enemigos. Por ahí, punto final a la discusión, pues nadie, ni siquiera el Presidente Correa como dueño del circo ni sus payasitos como el inefable Gobernador Cuero y los “diablumas”, lo discuten. Es claro que en el fondo de su corazón, lo que ellos quisieran es que la estatua o no se levante o se levante en algún remoto muladar, para escarnio del homenajeado y para alegría de sus pequeños espíritus y por cierto para satisfacer el afán de venganza de los AVCs hoy enquistados en el Gobierno, junto con alguno que otro guerrillero jubilado, como el que hoy se ha convertido en sepulturero de una institución fundamental del Estado ecuatoriano.

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