Cuando un ser humano crece, va encontrando a lo largo de su vida, distintos comportamientos que nos hacen pensar que, en ese camino, aprende cómo proceder.
A los tres años deja lentamente ese absoluto narcisismo y egocentrismo que le ayudan un tiempo a pasar a otro ciclo de vida. De los cinco hasta los siete años está en otra etapa, diferente, más altruista, pero a ratos pierde la compostura y regresa al comportamiento narcisista. De ahí, hasta los diez u once tiene mayores acercamientos a las reglas y eso lo aproxima a ser un buen ciudadano, salvo cuando no tiene las guías, que lo orienten en los caminos más difíciles: «quiero todos los juguetes solo para mí». De ahí hasta que tiene 24 o 25 años, ya podemos encontrar a un hombre hecho y derecho, cumplidor de las leyes y conocedor de las normas de convivencia, pero por supuesto, no libre de los ataques de las regresiones, al retomar conductas de niños malcriados de épocas tempranas de su existencia: berrinches, llantos, gritos, miradas torcidas, risas nerviosas, etc.
Ya adultos, muchos actúan con coherencia y en su mayoría maduran. La conciencia nos dice que no podemos tener lo mejor de ambos mundos (no podemos peregrinar por el socialismo, viviendo como capitalistas) y entonces vienen la serenidad, la sensatez y la racionalidad. Sin embargo, ciertos individuos, por lo general de sexo masculino, regresan a esas tempranas edades de la pataleta, de la intolerancia, del egocentrismo; y a sus cincuentas actúan con soberbio infantilismo: «lo quiero todo».
La soberbia, según el diccionario es la «altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros», «cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas». Si miramos alrededor, seguro conocemos a más de un «maduro» descompuesto, incluso «algunitos» de estos personajes soberbios aparecen hasta por «la tele».
A unos las marchas los calman, a otros los gritos desenfrenados y la confrontación, por ello urge entonces en Ecuador implementar esa «contemplación» de conformidad con el Plan Nacional del Buen Vivir. Quizás ahí, algunos abandonen la soberbia.