Guayaquil es grande desde hace 480 años que fue fundada por el español Francisco de Orellana. Grande desde el comienzo porque el temple de sus hombres se vio marcado por los incendios, invasiones y ataques de piratas, que hicieron que el dolor y en algunos casos la impotencia los haga una raza especial, pujante y aguerrida.
Guayaquil difícilmente se deja agredir, ni pisotear, peor aun cuando los insultos o las agresiones no vienen de verdaderos guayaquileños sino de aquellos advenedizos que han hecho predominar sus aspiraciones políticas personales y económicas, dejando a un lado el amor por la tierra que los acogió y le dio el trabajo fecundo a sus antepasados.
Guayaquil ha realizado muchas marchas a lo largo de su historia. Ha demostrado que cuando reclama en las calles y plazas por sus derechos es altiva y demoledora. El guayaquileño ha tenido siempre una tradición de civismo que no puede ser confundida por ambiciosos pelafustanes que sólo buscan sus personales beneficios.
Guayaquil no puede permitir seguir asolada por la delincuencia, el sicariato y el narcotráfico. La falta de seguridad a la que hoy está expuesta, no puede ser el caldo de cultivo que la convierta en tierra de nadie.
Que este aniversario de su fundación tenga como propósito el mantener las ideas libertarias y económicas que la han caracterizado. Y que quienes son acogidos de diferentes rincones de la patria, buscando en Guayaquil un mejor futuro, comulguen con el ideal que siempre ha tenido: “Guayaquil por la patria. Y Guayaquil por Guayaquil”
“La naturaleza ha privilegiado nuestro suelo: malas leyes lo habían esterilizado, pero ahora el soplo del germen de la libertad empezará a cubrirlo de flores y frutos” (J. J. Olmedo)