Luego de que el país viviera días de intranquilidad y tensión por las protestas y marchas, la calma ha retornado por lo menos momentáneamente. Pero es una calma preocupante. Las posiciones se vuelven cada vez más duras y no se percibe un ánimo de conciliación.
La protesta indígena y de gremios de trabajadores, apoyada por muchos ecuatorianos, fue neutralizada con el Decreto que dictó Correa declarando el Estado de Excepción en todo el territorio nacional, alegando el proceso eruptivo del Cotopaxi. Debió sólo revestir las provincias afectadas.
Con el decreto controla prácticamente todo: la prensa está sujeta a censura previa; recursos económicos tanto públicos como privados a disposición; requisiciones todas las que sean necesarias; el tránsito y la correspondencia supervisado; puede suspender hasta la inviolabilidad del domicilio. Una forma de calmar las cosas por la fuerza.
Pero al igual que el Cotopaxi que concentra en su interior una gran presión sin que sepamos como ni cuando la desfogará, la actual calma no debe ser minimizada. La lectura para el gobierno debería ser que algo no está bien; el pueblo se siente afectado por las medidas a tomar, por lo que hay que rectificar. Se debe bajar como se dice vulgarmente, el gallito. Las partes deben deponer y dialogar.
En el argot marinero la calma en muchas ocasiones es presagio de tormenta, y si se puede evitar, en buena hora. Se sostiene que son más, muchísimos más, con mayor razón se deberían oír a los que son menos. Si tienen todos los poderes en sus manos y son demócratas, entonces dialoguen, rectifiquen.
Hay que buscar la calma. Se están dando actos violentos en poblaciones de la amazonía y pueden ser contagiosos. Con Decretos y represión policial y manifestantes presos los ánimos se caldearán aun más, peor con insultos o calificativos. El país enfrenta un problema económico que se acentuará con la llegada de El Niño, se necesita tranquilidad para afrontarlos.