Para comprender de qué se trata el berrinche, es importante conocer el curioso antecedente de esta palabra que proviene del ruido que hace el verraco, que es un cerdo macho, un animal muy testarudo que emite berridos. En algunos pueblos del mundo encontramos gobernantes que tienen esa característica.
En relación a los niños, la palabra es sencillamente definida como enojo grande, como el que muestran algunos sujetos cuando no obtienen lo que desean. Se trata de una conducta cuyo origen es una frustración, la experiencia desagradable de no poder lograr algo anhelado, siempre con una fuerte carga emocional (de una o más emociones, por ejemplo enojo, disgusto, ansiedad, indignación, miedo, vergüenza) y que se manifiesta en un comportamiento caracterizado por llanto o lloriqueo, gritos, pataletas, negaciones a cooperar o a guardar silencio o a asentir, romper cosas, insultar, arrojarse al suelo, dar golpes y agredir.
Los berrinches son comunes hasta los cuatro años, porque a esa edad aún no hemos aprendido a autorregular las emociones.
Luego, en general, tienden a disminuir porque aprendemos a esperar y a manejar los intensos estados afectivos que caracterizan al berrinche. Al controlar las emociones, disponiendo de más habilidades emocionales (autoconciencia, autorregulación, tolerancia a la frustración, empatía, etc.), el berrinche casi llega a desaparecer. Digo casi, porque el sujeto necesita descargar lo que siente ante eventuales frustraciones muy intensas. Pero hay ocasiones en que las rabietas ya no son expresiones de desagrado, sino auténticas manipulaciones aprendidas.
Por ello, podemos decir que con un motivo claro, un máximo de tres a cuatro rabietas efímeras por día pueden ser consideradas normales en las distintas edades. Sin embargo, ¿podemos hacer algo para que disminuyan en personas adultas, no maduras? Habría que verlo en el tiempo, pero casi con certeza las personas con esos problemas difícilmente cambian sin una terapia profunda.