El duelo en su primera acepción es dolor; en su segunda, un combate singular donde dos caballeros se enfrentan como consecuencia de un reto o desafió que por lo general tiene que ver con el honor o la venganza.
Fue practicado desde el siglo XV en las sociedades occidentales y tenía características propias: siempre era voluntario y para lavar el honor, y lo más importante, solo para caballeros (aristócratas o de clase alta). Si un caballero era insultado por alguien de la clase baja, a ese no se lo invitaba a un duelo, sino que se le imponía un castigo físico, que hoy sería algo así como meterlo preso.
Aquellas épocas eran más románticas, pues el caballero no solo alardeaba por allí vociferando con parlantes «irse a los puñetes», «vis a vis», sino que este ponía en juego su vida para defender su honor y también su amor.
Hoy las cosas han cambiado un poco, ya no se le llama duelo. Solo se dice: «te invito a irnos de puñete», «sabe donde encontrarme o diga donde nos encontramos y arreglamos nuestros problemas uno a uno» o de «hombre a hombre», y hasta de cachetadas.
Recuerdo haber escuchado a un senador de los Estados Unidos, ofendido por las críticas de un periodista, proferir un «desearía vivir en la época en que uno podía desafiar a duelo a una persona». Eso, en sociedades más civilizadas, en otras, un poquito más al sur, los problemas comunes continúan resolviéndose en un encuentro físico.
El emblema «Ecuador país de paz» no guarda relación alguna con las invitaciones a los puñetes, pues lo que se crea es un clima generalizado de violencia y los niños en las escuelas pueden creer que está bien irse de golpes ante cualquier diferencia.
Tengo dos hijos varones y odiaría verlos irse a los puñetes por discrepancias intelectuales. Como madre de familia, y muchas coincidirán conmigo, anhelo que mis hijos siempre arreglen sus desacuerdos como estadistas, con altura y argumentos, pues nunca la fuerza se impuso sobre la razón.
Lo cómico: apareció un réferi, «Don King Criollo» y luego una reculación. Pan y circo para el pueblo. Esto solo provoca un conjuro: ¡Riddikulus!
Ridículo no. Absolutamente ridículo.