Ante el anunciado estreno de la saga de Star Wars, muchos fanáticos nos hemos encerrado largos fines de semana a ver las seis películas anteriores, para estar a tono con el Episodio VII: El Despertar de la Fuerza. Mientras las veía, algo me sonaba parecido: un político elocuente, buen orador, astuto, manipulador, hábil, que con mucha audacia y poder transformó a la república en un imperio y a él en su primer emperador.
En noviembre de 2015, un bloque de la Asamblea dictó una resolución que en su tercer punto respalda, dentro del proceso de la enmienda constitucional, la inclusión de una disposición transitoria que pospone la reelección indefinida a partir de mayo de 2017. Por principio, por convicción, por el bien de nuestro país, no puedo estar de acuerdo con la reelección indefinida, ya sea que entre en vigencia ahora o luego de diez años, pues esta deja la puerta abierta para perennizarse en el poder, tal como acontece en las sucesiones monárquicas, donde se refleja el ejercicio vitalicio del control sobre el Estado. Esto solo puede significar el fin de la democracia. En los regímenes republicanos -pues aún somos una república-, la alternancia política es propia de una democracia representativa y por ende una garantía de la manifestación de la pluralidad, aceptando como principio que todo poder debe tener límites. Recuerdo con admiración el discurso de Obama en la Asamblea General de la ONU, cuando mencionaba que un verdadero líder construye «instituciones fuertes y democráticas por encima de la sed de poder perpetuo. Los líderes que modifican las constituciones para permanecer en el poder solo reconocen que no pudieron construir un país exitoso para su gente, porque ninguno de nosotros vive eternamente. Eso nos dice que el poder es algo a lo que se aferran por su propio bien, y no para el bien de aquellos a los que pretenden servir».
Algo de democracia y sensatez hace falta. No matemos la libertad. No nos podemos permitir pasar de república a imperio.