Dice un viejo aforismo que «al que madruga Dios lo ayuda», y quizás muchos pensaron que eso se aplicaría a rajatabla el 3 de diciembre de 2015, para los madrugadores y amanecidos Asambleístas, miembros de una mayoría legislativa que aprobó las enmiendas a la Constitución.
Dicen los especialistas que las consecuencias de dormir poco o mal son por ejemplo: cambios repentinos de humor, irritabilidad, actitud pesimista, alucinaciones y locura temporal. La consecuencia de estar mal dormidos no solo es la aprobación de barbaridades jurídicas como el retroceder en los derechos de los trabajadores públicos, quintándoles su derecho fundamental a la contratación colectiva, que son -según esa misma Constitución en su artículo 326 numeral 2- «irrenunciables e intangibles»; o el caso de la permanencia indefinida en el poder (a través de la reeleción), propia de regímenes monárquicos alejados de toda democracia representativa. No hubo debate con la altura jurídica que un proyecto como el que se trató demandaba; pusieron en evidencia que esta aprobación fue fruto del autoritarismo de una fuerza política que en lugar de comprometer el futuro de la democracia de nuestro país debió consultar a sus mandantes, el pueblo del Ecuador.
Dicen que la voz del pueblo es la voz de Dios, y que la voz de los ciudadanos son sus representantes en la Asamblea. Seguro muchos no votaron por quienes aprobaron las enmiendas, y seguro muchos no nos sentimos en lo más mínimo representados por ellos, salvo honrosas excepciones.
Coincido con aquellos que dicen que «ni de loco me presentaría de asambleísta», de su mismo partido infiero, porque debe ser una tortura esperar el cocotazo de la disciplina partidista si se vota en contra o diferente a lo direccionado. Veremos qué le pasa al único asambleísta de ese bloque que en este proceso osó votar diferente.
Una lástima que la aprobación de estas enmiendas se hayan hecho probablemente bajo los estragos de una terrible amanecida de unos tantos mal dormidos.