21 noviembre, 2024

Las luces de Navidad

Recuerdo que era de noche y fuimos los últimos en permanecer en la sala, a un lado está el comedor y luego le sigue una salita de lectura a donde ubiqué este año al árbol de Navidad. Hay ahí unos ventanales grandes de donde se puede ver el jardín posterior de la casa, las palmeras están adornadas con luces, luces que prefiero dejar encendidas hasta el amanecer…

Percibo la Navidad como una de las mejores épocas del año, aunque mucha gente en el mundo, y hasta yo, nos volvemos algo locas con los gastos y preparativos, lo ponemos todo verde y rojo…pero también asistimos y acogemos al llamado interior. Esta época es tan bella porque nos acerca al menos por momentos a quienes han estado lejos; reflexionamos al menos un instante en las cosas buenas de la vida, pedimos perdón y perdonamos, así sea en nuestro interior, la amistad, el amor y la paz, parecen envolver al mundo de una manera distinta, tal vez sincera…

A la vez que todo esto ocurre, entiendo al fin la nostalgia de tu ausencia. Es la primera Navidad sin ti, sin escuchar tu voz que brevemente por el teléfono me dice alguna indicación o algún mensaje; no hay a donde ir a verte, no estás más. Aunque me niego a sentir el dolor que toca mi mente e insiste que le abra la puerta, por momentos, por sí solo, logra introducirse a través de las rendijas, los parches del corazón, y mis lágrimas ruedan por mi cara, no hay un por qué, solo me haces falta.

Próximos a partir de la ciudad para esperar en la playa la llegada del nuevo año, quiero contarte que llevo cosas tuyas que quemaré con el “viejo”, así que algo de esas cenizas y ese humo harán sentir tu presencia que aún se aferra a nuestras vidas.

Propósitos, ilusiones, ambiciones, sueños, tantas cosas e ideas que ansían ser reales luego del uno de enero… ¿acaso los años pueden cumplir promesas cuando llegan, o pueden borrar las penas cuando se van?

Como dicen las corrientes del existencialismo actual todo es cuestión de cómo enfoques tus pensamientos, intentaré entonces enfocarme en lo bueno, lo alegre y lo entretenido, pensaré en las cosas buenas y en todo lo que disfrutamos cuando estuvimos juntas. Recordaré la época de “las piratas”, una madre desconectada y tres hijas locas, yendo de aquí para allá al ritmo de las necesidades de la vida.
No sé si será la última carta que te escriba, pero si acaso sea así, quiero que sepas que aún tengo encendidas las luces de Navidad, a ver si vislumbras su resplandor a lo lejos y retomas el camino a casa, siempre te estaré esperando…

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En cierta ocasión asistí a un retiro espiritual donde escuché a un sacerdote decir: “A veces, por atender las cosas de Dios, nos olvidamos del Dios de las cosas”. Aquellas líneas se grabaron muy dentro de mí ese día y hoy, a ratos asaltan mi mente para volver a escribirse, como si las leyera por vez primera, adquiriendo nuevos significados antes ignorados. El Dios de las cosas. Y las cosas de Dios. ¿Cuáles son esas? Para aquel sacerdote, atender las cosas de Dios es perdonar las almas contritas, ofrecer un pancito mojado en vino santo, narrar las historias de un Dios humano. Para la viejita que va a misa de ocho o de seis todos los días, atender las cosas de Dios es dirigir el canto, recoger la limosna, orar a solas. Para la monjita del convento, atender las cosas de Dios es desayunar sacrificios, amasar el pancito sagrado, orar por un mundo doliente.

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