No hay lluvia ni frío ni calor en las amplias calles de la ciudad. Es el inicio de la primavera y el aire esta perfumado de lo que está por nacer. Primavera que le canta a la vida y a la alegría de existir. Los niños agarrados de sus columpios lo sueltan todo entregándose por completo al arte de vivir, que ellos bien conocen. No hay obstáculos para el nacimiento de lo nuevo. El agua salta de los ríos y manantiales y lo purifica todo, es el agua pura y sanadora que sin embargo no tiene el poder de curar el fanatismo y el gusto de matar.
El agua grita desesperada por la suciedad que le lanzan justo el injusto instante en que una nueva bomba estalla en el metro de la ciudad. El agua corre como corre la vida después del estallido. El aire asustado arranca hasta la luna tratando de no contaminarse con la explosión que deja muertos, heridos, enfermos más enfermos. El miedo reina en el reino y en el reinado los muertos apiñados que mueren sin saber por qué. Dios escucha su nombre en el asfalto, sobre las rieles, en el desparpajo de matar por odio y furia.
La tierra maldice a sus perversos hijos. La primavera jura que ella no trajo a los indolentes. Los muertos se preguntan: “¿dónde estoy? Estaba vivo y ahora no sé cuál es el camino después de muerto”. Los gatos se pelean con los loros, los perros se comen a los dinosaurios y las ratas vuelan persiguiendo a los cóndores. Todo es absurdo, impuro, terrible como el hambre del abismo por ser camino. Han matado en nombre de Ala. Ala el compasivo, el magnífico, el benevolente, el supremo. Han gritado “Ala es grande” y los cuerpos de quienes estaban en un mal sitio que era buen sitio y se encontraban en mala hora que antes era buena hora, han volado transformados en cuerpos despedazados, desmoronados, donde antes habían cabezas ahora es sangre derramada, esparcida en fragmentos de terror y locura.
El atentado ocurrió mientras unos iban y otros venían pero eso no importa. Todos están muertos. Europa está muerta. Ala está muerto. La santísima está muerta de dolor y yo aquí escribiendo muerto de ira y furia por la muerte esparcida por la fuerza de los desquiciados. ¿Quién vive aquí? ¿Quién vive ahí? Dios acongojado se retira a orar por su desviada creación. Mientras que Donald Trump y el Califato se sientan a beber vino belga. Los muertos y heridos en Bélgica duelen y nos hieren a todos. No puedo huir de la violencia, estoy reclamándole a Ala, el misericordioso, tenga misericordia de nosotros.
Solidaridad con los muertos en Bélgica. Nunca más ISIS, Nunca más Trump.