De los tantos temas de conversación y debate en la actualidad, el de la familia es un tema que prevalece. En esta bella carta de exhortación apostólica Amoris Laetitia, el Papa Francisco hace un llamado a elevar el espíritu cristiano; él se refiere a una sola familia, la familia humana, con Jesús como centro y modelo de vida.
El Papa Francisco dice que el testimonio de las familias es importante y escribe algo alentador: “Doy gracias a Dios porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino.”
Al escribir esta reflexión reviso mi propia familia, completamente imperfecta, que ha tambaleado en su unidad por distintos factores, y doy gracias a Dios junto al Santo Padre porque ciertamente, si tenemos a Jesús como modelo a seguir, como él Papa propone, hay una Gracia sutil que cuida al grupo familiar y lo sostiene. Una Gracia llamada Amor, que es Dios mismo que cuida de cada miembro, le da la mano, lo acompaña y lo levanta, enciende una luz a donde por un momento pretendió instaurarse la confusión en medio de la oscuridad.
Es de mucho beneficio compartir experiencias, porque los modelos de hogares “perfectos” en más de una ocasión alejan e inclusive atemorizan a la gente, porque piensan que serán muy difíciles de imitar.
Por eso el Santo Padre dice: “Muchos no sienten que el mensaje de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia haya sido un claro reflejo de la predicación y de las actitudes de Jesús que, al mismo tiempo que proponía un ideal exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera.”
Es bueno recordar con nuestra propia experiencia que hemos sido acogidos en la misericordia de Dios, cuando nuestras fuerzas humanas han flaqueado.
El Papa advierte sobre la “cultura de la provisorio”: creer en el amor como algo que se puede cambiar de acuerdo al antojo de cada uno. Hay cosas difíciles de entender, y una de las más difíciles de entender es el amor. El amor es una cuestión de determinación, voluntad, responsabilidad y valentía, con el ingrediente infaltable de la alegría. El que ama está alegre de amar, ya que el amor “no busca su propio interés” (San Pablo en la Carta a los Corintios 1, 13); el Amor lo que quiere es amar.
El Papa Francisco dice: “El narcisismo vuelve a las personas incapaces de mirar más allá de sí mismas, de sus deseos y necesidades. Pero quien utiliza a los demás tarde o temprano termina siendo utilizado, manipulado y abandonado con la misma lógica.”
Son múltiples los factores que atentan contra la familia, claramente explicados en la carta apostólica. Cada ser humano está llamado a darse cuenta en cuál de esos puntos contribuye con su comportamiento, para tomar la acción rectificadora de manera inmediata.
Aunque en el caso de las personas divorciadas y los homosexuales la exhortación apostólica post sinodal propone una perspectiva pastoral en la que se tenga en cuenta “la complejidad de cada situación”, con el importante criterio del discernimiento que el Papa subraya en todo momento, también deja claro que el modelo a seguir es la Sagrada Familia de Nazaret.
Algunos pueden idealizar este modelo, como compuesto por seres especiales o sobrenaturales y obviamente por el mismo Dios, su personaje central. Pero no debemos olvidar las vicisitudes que tuvieron que atravesar, desde la crisis íntima de José cuando pensó repudiar en silencio a María. La Sagrada Familia de Nazaret nos muestra que el camino no es fácil, inclusive el final, en apariencia, termina en muerte de Cruz. Se necesita generosidad, compromiso, heroísmo para aceptar el desafío del matrimonio, más aún si cambiamos el último término: ¡para aceptar el desafío de formar familias cristianas!, para esto hay que ser valientes, con la certeza de que aunque a veces se presenta esa dolorosa cruz en el camino, el final no está ahí, sino en el gozo y en la vida llena de Dios resucitado. Por eso el Papa se refiere al matrimonio como “un don para la santificación”.
La propuesta de la exhortación apostólica es eso, recordar que esa persona que vive con nosotros lo merece todo, “ya que posee una dignidad infinita por ser objeto del amor inmenso del Padre. Así brota la ternura, capaz de suscitar en el otro el gozo de sentirse amado.”
Seguir a Jesús como modelo, siendo parte de una familia, es atender, entender y compartir su vida en una pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?” (Mc 10,51)