22 noviembre, 2024

Reconocerte

Existe un poema que se canta en la lengua de los indios cherokees de los Estados Unidos y que dice así: ¨ Dios habla conmigo¨, Y un ruiseñor comenzó a cantar, pero el hombre no oyó. Entonces el hombre repitió: ¨Dios habla conmigo¨. Y el eco de un trueno se oyó. Pero el hombre fue incapaz de oír. El hombre miró alrededor y dijo: ¨Dios déjame verte¨. Y una estrella brilló en el cielo. Pero el hombre no la vio. El hombre comenzó a gritar: ¨Dios muéstrame un milagro¨. Y un niño nació.  Pero el hombre no sintió el latir de la vida. Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse: ¨Dios tócame y déjame saber si estás aquí conmigo…¨. Y una mariposa se posó suavemente en su hombro. El hombre espantó la mariposa con la mano y, desilusionado, continuó su camino, triste, solo y con miedo.
Vivimos una sociedad individualista, llena de miedos, sin esperanzas concretas ni desafíos mayores, cerrando puertas, ventanas, levantando muros, tristes por no encontrar un sentido, algo o alguien que de verdad llene nuestro corazón. Para quienes tenemos fe y decimos creer en Dios, lo tenemos todo. Solo Dios basta. Pero vivimos igual o peor que muchos de los que dicen no creer o que aquella sociedad que describimos y no la cambiamos, nos adaptamos.
Creer en Dios, para los cristianos solo es posible si creemos en Cristo. Esto solo es posible si tenemos un encuentro con Cristo vivo, RESUCITADO. Pero muchos nos llenamos de miedo, desconcierto. No es posible experimentar la resurrección para quienes necesitamos tocar, palpar, ver, oler, comer, sentir y gustar. Jesús resucitado es Dios. Y Dios es por esencia infinito, invisible, atemporal, eterno. Este rollo entre Dios y la experiencia humana que yo puedo tener de él no tiene solución, pero es una contradicción constante, su pregunta late, se impone en la historia, en la naturaleza. Está en la vida concreta del que lucha, del que ama, del que espera.
La experiencia humana es limitada, contradictoria, pero abierta. Es en el mundo de la libertad y de las relaciones donde manifiesto mis convicciones, mi forma de aportar al mundo algo más que un sentido material a lo que se hace. Quien ama, lucha y espera no solo percibe la materialidad de sus experiencias de amor, de conquista, de horizontes se palpita algo más, lo que verdaderamente nos mueve, nos da seguridad, compañía y alegría se juega en esa aventura de búsqueda, de encuentro con otro y en el actuar libre y desinteresado, siento, vivo y palpito que en este mundo es posible la fe y la fe en la humanidad de Jesús, a quien lo reconozco como Dios porque se me reveló como hombre. Y es en su humanidad donde se revela su divinidad. Que me salve lo divino es lógico, pero que me salve lo humano es fe. Es absurdo por la degradación que yo hago de lo humano, por la maldad, mentira y miseria que veo, siento o palpito. Pero no lo es todo, pues mi propia realidad humana me invita a luchar, amar, esperar ser mejor, aportar sentido, trabajar por algo que aporte humanidad, belleza y gratuidad a este mundo.  Un amor incondicional solo se me revela en la Cruz, fin de una historia de maldad. Manifestación de un amor de una generosidad total. Comienzo de una esperanza de bondad y belleza de un Dios que no deja de sorprenderme, de invitarme a dar un paso más, a ¨remar mar adentro¨, ¨tirar nuevamente las redes¨ para ver si pesco algo para reorientar, animar y alimentar el sentido de mi vida.
Por ello, creer en La resurrección de Cristo es creer en el amor. Puedo amar, a pesar que manipulen, hieran mi ofrecimiento o mis intenciones. Mi confianza absoluta está en el amor no en el poder, el tener o el aparentar. Nada material compra o muestra un amor de verdad. La Cruz de Cristo reveló su compromiso amoroso con el Padre, los hombres y sus convicciones. Lo que nos salva es un amor creíble  no el dolor. No hemos de olvidar que el amor brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a otra persona en una actitud de confianza y de entrega que va siempre más allá de razones, pruebas y demostraciones. De alguna manera, amar es siempre aventurarse en el otro. Y esta es la aventura de amor de Dios con los hombres en Jesús.
Creer en la resurrección es experimentar la maravilla de un Dios que habla, me toca, me enseña su belleza en las cosas grandes y pequeñas, en lo rutinario como en lo extraordinario. La vida me sorprende en el nacimiento de un niño, en el esfuerzo de una madre por sacar sola su familia, a sus hijos, en la seriedad de un maestro que lucha con la rutina o rudeza de quien no quiere aprender, en el que me brinda una sonrisa, un buenos días o una mirada tierna en medio de tanto prejuicios, adulaciones o vivezas de quien busca ascender, agradar por interés. Creer en la resurrección es dar vida donde otros dan muerte. Es apostar por el desarrollo del otro donde otros aplastan.  ¿Cómo reconocer-te Señor? Solo en el amor, la lucha o la espera de todos los días. Solo en la mirada sincera, la mano amiga, el cariño tierno. Amén.

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