Hace unos días Manabí tembló, desgarrando la tierra y las vidas de miles, desgarrándolas por fuera y por dentro. Por fuera en los daños materiales: la casa destruida, el empleo o el negocio en ruinas, la desolación, la muerte. Por dentro, la angustia ante lo inesperado, ante lo que por más que se quiera no se puede prever, ante la desaparición de familiares y amigos, ante el desplome de lo cuidadosamente planeado, que trae la pérdida del rumbo.
Algunas veces nos hemos enfrentado y nos enfrentaremos a terremotos en nuestras vidas. Algunos no son tan evidentes para todos como el de Manabí, pero no por ello son menos traumáticos. De pronto el piso seguro en que sustentábamos nuestras esperanzas se desliza, se quiebra y caemos, en el momento más inesperado, cuando todo iba bien, cuándo el éxito tocaba nuestra puerta. Perdemos la orientación. Nos llenamos de miedo. Nada de malo en el miedo, el que no siente miedo se engaña a sí mismo. El reconocimiento del miedo es justamente la cuerda para salir de él. El miedo trae su propio remedio.
Ante el miedo tenemos que actuar, actuar con esperanza. Para actuar con esperanza hace falta saber quiénes somos, hace falta hurgar en lo más íntimo de nuestro corazón y nuestra mente, descubrir lo que queremos, en qué creemos, para qué vivimos. Tenemos que nuevamente trazar el camino de fe en nosotros mismos y, para los que así lo creemos, en nuestro destino eterno.
Hoy en nuestro país vivimos el miedo a que un entorno que parecía amable y prometedor se termine y eche al traste con nuestras seguridades. Sea caída del precio del petróleo o crisis fiscal o irresponsabilidad del gobernante, trastrocamientos en el entorno ocurren una y otra vez, en los países y en nuestras vidas. Hay que anticiparnos a que vendrán, ¿cómo?, no gastando todo lo que se gana pero, sobre todo, fortaleciendo nuestro ánimo, nuestro coraje, los lazos de amor con los que nos rodean, el amor a nuestro país, nuestra fortaleza de espíritu, luchando contra el rencor, el rechazo y hasta el odio que a veces surgen producto de esas situaciones. Tenemos que cobijarnos en un rincón seguro y el único rincón seguro es dentro de nosotros mismos.
Esta tragedia de Manabí debe ayudarnos a focalizar nuestras vidas. ¿Qué de lo que tenemos realmente nos es importante? Si es los que amamos, expresémoselos ahora, porque puede que mañana no estén. Si es lo que tenemos, gocémoslo en familia ahora, porque puede que mañana ya no lo tengamos.
Preocupémonos de construir puentes de amor con el resto. En el mañana turbulento que inevitablemente vendrá: ¿cuántos manos se extenderán para ayudarnos?, ¿cuántas almas vibrarán al unísono con las nuestras?, ¿cuántas lágrimas serán compartidas?, ¿cuantas sonrisas? En nuestras vidas, ¿estamos construyendo esos puentes de amor al resto o estamos aislándonos en la comodidad o el éxito, aun reconociendo que es probable no sean para siempre? ¿Estamos participando en nuestra comunidad o solamente criticando? ¿Estamos ayudando a nuestros gobernantes a construir un entorno mejor? ¿Estamos ayudando a nuestros empleados no solamente a ganar más sino a vivir mejor? ¿Estamos trabajando únicamente para dejar más bienes a nuestros descendientes o más bien para dejarles coraje y esperanza frente a las tribulaciones que necesariamente tendrán en sus vidas? ¿Qué estamos haciendo?, en breve, cada uno debe preguntarse: ¿para qué sirvo?
Para qué sirvo, qué papel estoy jugando en la marcha de la humanidad, qué ejemplo estoy dando, finalmente, qué realmente estoy tratando de ser en el breve tiempo que me toca vivir. Muchos dicen que no son nada, solamente uno entre miles de millones. Todos somos así, uno entre miles de millones. No es excusa para no hacer.
No dejemos que el terremoto en Manabí se quede en generosas donaciones, tratemos de que su semilla germine en nosotros. Pensemos, pues, ¿para qué sirvo?
Solo quiero decirle que necesitamos más gente como él, o que piensen como el, para mejorar nuestras vidas en comunidad.
Le agradezco por darnos siempre esa visión generosa, transparente. Que nos hace reflexionar y con seguridad ser mejores seres vivientes.
Saludos.
Excelente enfoque Joaquin, gracias por ayudarnos a reflexionar desde nosotros mismo porque es allí donde se generan las soluciones y siempre con la mirada puesta en el cielo
Nos hace recapacitar en nuestras vidas, y tiene toda la razón, desde hoy le diré a mi gente cuanto los quiero. Gracia
Hola Joaquín, que gusto poder disfrutar de ese escrito tan alentador y maravilloso, donde me quedó muy claro que lo fundamental e importante en este caminar pasajero, es la generosidad y la entrega.
Por todo ese hermoso trabajo, te extiendo mis más sinceras felicitaciones y también mi agradecimiento, pues me hizo reflexionar y al mismo tiempo, pedirle al Espíritu Santo que me envíe ese “don” para poder servir y sentir, que puedo hacer algo productivo por los demás.
¡Saludos!
María Isabel de Varenius.
Comparto a plenitud tu sentir y clara expresión querido amigo. Siento, sentimos muchísimo aquí en Perú que las hermanas tierras del Ecuador y sus habitantes más vulnerables se hayan visto tan terriblemente afectados por las inexorables fuerzas naturales. Necesitamos estar siempre listos, siempre preparados y ligeros de equipaje para retornar, para dejar partir y para devolver lo que nunca fue nuestro sino recibido en calidad de administración: nuestra propia vida y nuestro caminar para encontrarle sentido. Lo que dices es muy cierto. No podemos quedarnos tan solo en la inmediata ayuda material y socorro tan necesarios cuando ocurre una catástrofe que no alcanzan para acudir al clamor más profundo del corazón humano….
Un gran abrazo para todos los hermanos ecuatorianos y ya sabes que en casa todos estamos con ustedes para lo que haga falta