21 noviembre, 2024

Carta de una madre a su hijo

Te escribo en un día de estos de Mayo: cuando la radio, periódico y televisión envuelven nuestro nombre entre anuncios y propagandas y déjame decirte, hijo mío, que me revelo; que no resisto a que nos usen para vender lámparas, ollas y sartenes, o todo aquello que no se vendió en diciembre.

Que tampoco me gustan que solo nos dediquen un día, para decir-que nos aman-y porque, sobre todo, amo los días de la vida por la grandeza que tuve de ser madre. Y no soy madre un día dedicado, sino aquellos cargados de luces y de sombras, multiplicados en todos los hijos que yo tuve.

Déjame contarte hijo mío los días de la madre:

Ella nace, y para siempre, cuando lleva agitándose en su vientre al que amará un día como a hijo.

Que somos inmortales y no por las estatuas levantadas, ni por lo que puedan  decirnos en discursos, sino porque al vivir en vuestras vidas, son nuestras horas despiertas o dormidas una eterna canción al infinito.

Yo no sé quién les hizo creer que somos “divinas” o “perfectas”… ¿quién les dijo que no vivimos los días igual que ustedes? ¿que no sentimos rabia o tedio, alegría, ternura o soberbia, ansias de amor, protesta en nuestra sangre?…  ¡Gran mentira!…Que hicieron el fracaso de aquellos que deambulan los caminos, sin saber a dónde van, ni lo que esperan.

Es por eso que te escribo esta carta, porque quiero que sepas que no somos algo “extraordinario”, que vivimos días de los hombres como todos: que somos a  veces tan pequeñas y tan débiles y otras tan grandes y fuertes, cual ninguno.

Tenemos también días de agonía y no solo cuando estáis enfermos, sino cuando el miedo nos carcome las entrañas al pensar que se falle o se fracase en querer haceros cual soñamos.

Es verdad que sabemos de amor y de bondad, cuando hablamos  de ser buenos con los hombres y la vida, pero sabemos mucho de la maldad del mundo y por eso preveemos sus destinos.

En el tiempo que os sentís incomprendidos, es cuando más deseamos que ustedes nos comprendan.  

Y si callamos a veces nuestro grito de protesta, es porque, ¡Hijo! de quererlos tanto, aprendimos a amar la luz y sombra de cada día en que somos; por ventura, ¡Madres!

 

Mayo 1975

 

SI DEBIERA MORIR

 

Si debiera morir…

yo escogería el día.

Yo no quiero morir un día triste…

quiero morir alegre como soy.

Quizás de sol ardiente un día,

tendida en las playas de mi tierra,

o esperaría la marea llena,

cuando el río arrastra balandras y guaduas

hasta el puerto del trópico en el Guayas…

o quizás una noche de estrella en la montaña

cuando coros de ranas y de grillos

entonan sinfónicos sonidos.

¡Yo no quiero morir un día triste!

 

Y cuando muera mi cuerpo…

Porque mi alma se queda aquí:

Que no se pongan de luto:

que el que quiera llorar que llore

y el que quiera cantar que cante..

o que ría el que quiera reír.

Nada de hacer, ante mí, algo porque “se debe”.

 

Luego llevad mi cuerpo hecho cenizas,

las cenizas del hombre de mi vida,

al mar de Olón y al río Guayas…

y un poco, aunque sea una bregma

en esa esquina de “mi Colegio Steiner”

Esa es solo la fiesta de mi carne.

 

Mi alma se queda aquí

-no creo en más allá-

Me quedo aquí en todo lo que hice y lo que di.

 

Fue mi vida una feria de retazos,

donde mi alma la repartí a pedazos.

a precios del día o de subasta…

En cada cosa que hice, buena o mala,

colgué un pedazo de ella,

como señal de mi existencia

que la llevan todo lo que fue mío…

mi hombre… mis hijos…

los niños de mi escuela…

 

A  MI MADRE

 

Era una niña que aprendió a amar en la alborada

y a dormirse soñando en el ocaso,

que a su madre la vio en la ternura.

dulce, fuerte y casi una heroína…

 

Y de sentirla así, nunca vio su traje ya raído,

ni en su frente la señal del sufrimiento.

 

De ella aprendió la fe y la esperanza,

el amor, la justicia y fortaleza…

 

A soñar en castillos de cristales

y a galopar en potros desbocados por las nubes.

A vivir días felices, con familia, amigos y con hijos.

 

Cuando iba por la calle, cogida de su mano,

era tan  feliz como ninguna,

que a los hombres los sentía sus hermanos

porque no supo jamás lo que era el odio.

 

El ABC y las cuatro operaciones

las aprendió a la luz del día, o  

a la tenue, que llegaba a su ventana

desde el poste de la calle antigua.

 

¡Ah domingos de la niña ¡inolvidables!

…Su madre no iba al trabajo, ni ella a la escuela,

iba juntando el paso con su paso

hasta la bella laguna de aquel parque;

donde tendida en la hierba

remontaba el arco iris de sus sueños.

 

Y la niña creció y se hizo grande,

amó como jamás criatura alguna amara,

haciendo realidad todos sus sueños:

de castillos de plata, seda y pedrería.

 

Fue dueña del cielo, mar y estrellas,

de caminos y ríos cantarinos

y la dulce sonrisa de los niños.

 

Acarició la ternura en sus entrañas,

por todos los hijos que ella tuvo,

y por cada vez que la llamaron madre

elevaba un himno al infinito,

por el preciado don que recibía.

 

Y en ese andar por caminos nuevos

repartió lo que su madre le entregara:

fe, esperanza, amor y fortaleza…

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Romance de aquel hijo

Rafael de León

Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto,
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.

2 comentarios

  1. Una madre es única en el mundo y usted es un gran ejemplo de ellas, Señora Lily como la admiro de sus palabras cada una de ellas. Me hace recordar a mi madre (Señora, Anita) cuando hablaba de usted de su amor hacia el pro-gimo con la verdad.

    Barcelona,26 de Julio de 2016.

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