Ha llegado el momento de tocar la puerta al Fondo Monetario.
El Fondo Monetario no es el monstruo que muchos lo acusan de ser. Lo sé de primera mano. Trabajé en el Banco Mundial por una década, muchas veces en estrecha relación con el Fondo. ¿Qué hace el Fondo? Cuando un país tiene una crisis económica producto de una caída de los ingresos del Estado y los bancos privados le han cerrado el crédito el Fondo está dispuesto a prestar pero, de acuerdo a sus reglas, solamente si ese problema es temporal. Para asegurarse que es temporal el Fondo exige compromisos por parte de los gobiernos.
¿Cuáles son esos compromisos? Que los gobiernos tomen medidas que compensen inmediatamente la caída de ingresos, lo que sólo se puede hacer en el corto plazo aumentando los ingresos del Estado a través de medidas impopulares y recesivas: más impuestos, tarifas más altas para luz y teléfonos, ajustes en los precios de la gasolina.
¿Qué se espera que pase después?: el Gobierno debe ajustarse a la nueva realidad. ¿Cómo?: reduciendo los gastos del Estado hasta igualarlos con sus ingresos. Pero eso no siempre ocurre, porque pasado el susto la preocupación pasa a ser las elecciones que vienen. Y gastan con abandono para no quedar demasiado mal en ellas dejando el problema a sus sucesores, lo que obliga a solicitar nuevamente la ayuda del Fondo y aumentar nuevamente impuestos y tarifas. Así una y otra vez.
Lo que exige el Fondo no es producto de su mala disposición. No son las recetas del Fondo lo que hunde a los países en la desocupación y en la recesión, ahogando al sector privado con impuestos. Son el producto de lo que dejan de hacer sus gobernantes, de su incapacidad de enfrentar presiones políticas o voraces sindicatos públicos, de su debilidad o de su rapacidad, que les impide reducir el gasto público. De aceptar que se equivocaron.
Hoy estamos donde estamos porque hemos gastado y gastado, suponiendo que el precio del petróleo se mantendría para siempre, porque hemos aumentado la estructura y boato del Estado, porque no hemos hecho eficientes las empresas del Estado. Un acuerdo con el Fondo nos permitirá salir del hoyo en que nos encontramos. Gracias Fondo, porque nadie más está dispuesto a darnos una mano.
Estos tiempos de crisis y de desesperanza deben hacernos reflexionar y darnos fuerza para continuar la lucha frontal contra la causa de nuestros males: el excesivo gasto público no productivo en estructuras burocráticas y en empresas estatales ineficientes. Debe llevarnos a demandar y conseguir los cambios que hacen falta. Debe llevarnos a exigir a los partidos políticos y a sus líderes que aporten ideas y que estén dispuestos a llegar a compromisos para que se hagan realidad.
Los ecuatorianos esperamos que el Gobierno no haga oídos sordos a nuestros clamores. El Gobierno tiene que dar prioridad a privatizar y a desburocratizar y, sobre todo, a crear una atmósfera de confianza y fe que lleve a los empresarios a volver a contratar a los que perdieron el empleo producto de la recesión y a los que lo perderán producto de la reducción del tamaño del Estado. No simplemente a pasar el bache y dejar el drama al próximo gobierno.