La idea de una Europa fuerte y unida, al menos por ahora, va a quedar en suspenso después del estrepitoso resultado del referéndum británico del pasado 23 de junio. Al final de todo, pareciera que los atavismos del pasado influyeron más en la población del Reino Unido: líderes políticos, votantes, periodistas, de lo que uno cree. Tanto quizás, como los intereses políticos, comerciales y económicos de Inglaterra en el presente.
La historia de Europa, no es más que la historia de la lucha por el poder. De un poder, de una ambición por reinar, por gobernar, que trasciende el ámbito local para tratar de abarcarlo todo o casi todo. Luchas y pactos entre casas reales, emparentadas o no; tratados y guerras entre naciones vecinas y estados amigos que se vuelven enemigos, así como de cismas en religiones y persecuciones entre sus miembros. De todo ello, surgieron una serie de relaciones e intercambios culturales que dieron lugar a los países y a las identidades nacionales tal como las conocemos hoy en día.
Pero es allí, también, donde podemos encontrar las principales causas que subyacen, como malas hierbas, en todo lo que signifique buscar una unidad europea satisfactoria para todos sus miembros.
En efecto, aunque como cosas del pasado reciente, aún están frescos en la memoria colectiva o en los recuerdos heredados de muchos británicos, las tragedias de la segunda guerra mundial y las sensaciones e impresiones que les dejaron los nazis, y que son muy similares a las que, en general, los demás europeos tienen de los alemanes, no importa que Hitler ya no gobierne Alemania. O que desconfíen de los franceses para llevar el timón de la Unión Europea, del mismo modo que De Gaulle desconfiaba de la voluntad de los británicos, para cumplir las reglas, razón por la cual le fue negada a Inglaterra la entrada en la Comunidad Económica Europea en las dos oportunidades que la solicitaron, teniendo que esperar a que De Gaulle se fuera, para lograr en 1971 su ingreso a aquel exclusivo club.
Una muestra de aquel escepticismo ante la posibilidad de una Europa unida, lo encarna Boris Johnson, destacado dirigente del Partido Conservador con chance de sustituir a Cameron, ahora que dimitió como consecuencia de su propia torpeza, al convocar y perder un referéndum que nadie le pidió. El otrora alcalde de Londres, comparó durante su campaña a favor del “brexit”, a la UE con la idea del “superestado” de Hitler, asegurando que la UE persigue el mismo fin que el dictador nazi, aunque con diferentes métodos. Dijo, igualmente, que además de Hitler, Napoleón (en clara alusión a Francia y Alemania) y muchos otros han intentado conseguirlo, pero siempre acaba de un modo trágico.
Lo demás es circunstancial; como la nostalgia del imperio; la inmigración controlada, desde las propias entrañas de la UE con mano de obra calificada y barata, que Tony Blair ayudo a fomentar durante su gobierno, con su campaña de expansión de la UE a diez nuevos miembros, que suponían más una carga que otra cosa para la UE. O la proveniente de afuera de la UE, sin control o regulación alguna y que supera en número a la anterior, y que se ha vuelto un problema critico desde que los trabajadores británicos se empezaron a sentir desplazados. Un problema que no es único de Gran Bretaña y que afecta a otros países como Francia, Italia o Alemania.
Lo cierto del caso es que el Reino Unido, ha sido un socio caprichoso dentro de la UE, que se negó a entrar al Mercado Común cuando fue invitado en el año 1958, pero que cuando entró lo hizo con privilegios especiales, y un estatus muy particular que se correspondía con el de ser, antes del “brexit”, la quinta economía del mundo y concentrar en la City el mayor centro financiero de Europa y, en algunos rubros, del mundo, por encima incluso de Wall Street. El 40 por ciento del negocio mundial de la City se hace con Europa, gracias al pasaporte europeo del que gozan todos los agentes financieros para operar desde allí libremente y del cual, después del “brexit”, ya no dispondrán.
Hace aproximadamente tres años que Vladimir Putin hiciera su frívolo pero ponzoñoso comentario, aunque posteriormente el gobierno ruso lo desmintió atribuyéndolo a otro funcionario de menor monta, según el cual Gran Bretaña es solo un “islote” al que nadie le hace mucho caso. Si esto es o no verdad, lo sabremos dentro de poco.