24 noviembre, 2024

Necesidad e impertinencia de los cambios

“Nada permanece…No se puede bañar uno dos veces en el mismo río”. Heráclito

Aunque no  pueda, en la mayoría de los casos,  captarse objetiva  y directamente, todo está en permanente cambio. En continua transformación. La naturaleza, la sociedad y el pensamiento  son  un dejar de ser  sin descanso y sin descanso, casi fortuitamente,  motivaciones de conciliación y encuentro. Y estas motivaciones encuentran  en muchos  las razones  para estar más de acuerdo con lo estático  de las cosas. ¿No es que, incluso, cambiar, es provocar la inestabilidad  de lo  que, de alguna manera, bien o mal,  ya es manejable, ya es garantía  sobre lo que puede “profetizarse”, sin mayores riesgos o pérdidas? El camino trillado  es preferible, dice la comodidad  a la que el humano es tan afecto,  antes  que  improvisar uno nuevo  cada cierto tiempo.

Dejar de ser uno para empezar a  realizarse, a conformarse, a desarrollarse como otro  cuesta  bastante. Hay veces, según las circunstancias,  demasiado y, sobre todo, sin estar claro de los resultados  pertinentes, que no siempre son controlables.  Semejante situación le da  al costo original  un sobre valor  de incalculables consecuencias  sicológicas  y sociales. Eso de quedarse “sin piso”,  aun siendo  prevenido,  genera una  sensación  de  casi perder la propia identidad. Pero las cosas cambian… El espejito del cuento de  Blanca Nieves que  nadie quiere  dejarlo, peor hacerlo trizas,  no es el mejor compañero, ya que solo asegura a cada quien  su  inmovilidad  en la actuación de su farsa…

El cambio, de una u otra forma, es tan necesario como real. Para que la vida siga, sea en naturaleza o en sociedad, el cambio es su instrumento vital. O sea, si de absoluto hay que tratar algo, lo único sería el cambio que es permanente en todas las instancias de la vida. El ciclo de la existencia natural en cada una de sus expresiones, cósmica o sólo terrena, es un hacer y rehacer, que no contempla  en ningún detenerse su destino. Es posible que, según las circunstancias, los cambios susciten deformaciones, correcciones o alteraciones novedosas no esperadas. No por esto los cambios son siempre sinónimo de tragedia. Lo que sí es verdad es que cada metamorfosis de las cosas trae dudas por el desconocimiento  y ausencia de experiencias  en sus contenidos.

El miedo a los cambios  está dado, igualmente, por los mismos valores  de la sociedad que  acuna a sus miembros. ¿Acaso los símbolos, las costumbres, las creencias  no son  transferidas de una  a otra generación como hilo de Ariadna, para salvaguardar  el sentido de una  eternidad  que nadie conoce?  Pensar que los faraones ordenaban momificar sus cuerpos y estar acompañados de comidas, vestidos y joyas, para despertarse  en un más allá  idéntico al más acá  en  donde eran  enterrados. Colosal absurdo  del  sentir  estático! ¿ Todo  igual a sí mismo?.  ¿Por siempre y para siempre?. Lo grave  en los cambios  es cuando  la imposición  sufraga  su accionar. Nadie sabe porqué ni para qué, pero hay orden de cambiar… El menor cambio, sin embargo, reclama poseer una información  mínima,  capaz de permitir así intervenir  en el análisis  y participación  de lo nuevo, con  propio criterio. ¿Olvidar la  “disonancia cognoscitiva”  plateada por Festinger   que  nadie  puede apoyar algo, conscientemente,  si internamente hiere su yo?  

No es de ahora, por supuesto,  la obligación de los cambios por decreto. Las ideologías del poder por el poder  han manejado muy bien este  camino. Lao Tse  defendía contra Confucio, hace más de 2.500 años,  la integridad del hombre  en peligro de convertirse  en un número de la burocracia imperial, tal cual quería  el cambio para el mantenimiento de la monarquía. La locura del  nazismo hitleriano, 2.500 años después, insistía en  la necesidad  de cambiar la visión humana de las cosas  por la  inhumanidad del racismo. Banderas, signos, desfiles,  gritos de lucha,  sesiones de radio  para mentir, insultar, atemorizar  Momento de los cambios indeseables. Es  el tipo de cambio, por supuesto, que nadie quiere, aunque  haya necesidad de cambiar. Es el juego del poder por el poder,  en que la razón  le hace espacio  a  la brutalidad, y el látigo  despunta  en el instrumento del   cambio. ¿Pobreza de la condición humana…? Tragedia en el sentido infértil de la vida…!

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1 comentario

  1. Interesantes cavilaciones, es evidente que lo estático no puede sobreponerse a lo dinámico, la vida y el pensamiento humano es una prueba de ello. ¡¡Buen artículo!!

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