24 noviembre, 2024

En el decimoséptimo aniversario de la Asamblea Nacional Constituyente

El 25 de julio, se cumplió el decimoséptimo aniversario de la elección de los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999, que redactó la actual Constitución venezolana, aprobada en diciembre de ese mismo año.

Pero, ¿qué pueden celebrar los venezolanos, cuando después de todo ese tiempo los factores sociopolíticos y económicos que aparentemente originaron la Constituyente, en lugar de haberse erradicado, se han más bien multiplicado y profundizado?

A nuestro modo de ver, lo único que se debe recordar para la historia, con respecto a la Asamblea Nacional Constituyente de 1999, es su carácter instrumental. El anzuelo que utilizó Chávez para venderle a la sociedad venezolana una propuesta de cambio, que tenía como cebo la promulgación de una nueva  constitución, que supuestamente les daría más derechos a los venezolanos y acabaría con los problemas del país. Pero que en realidad, el único objetivo que  perseguía era la perpetuación en el poder, cambiando una constitución como la de 1961, que sólo permitía un mandato presidencial de 5 años, sin reelección inmediata, por  otra que contemplaba  la posibilidad de dos mandatos seguidos, de seis años cada uno.

Durante toda su vida, Chávez pregonó las bondades de la Asamblea Constituyente de 1999. De ella, dijo en su discurso como orador de orden ante el Parlamento, con ocasión de su décimo aniversario «No es la primera de nuestra historia, pero sí es la primera electa en nuestra historia con un carácter verdaderamente originario y plenipotenciario”. “Esta es la Constitución apropiada para este tiempo y eso se debe a ustedes los constituyentistas».  

De que fue la más apropiada para estos tiempos de chavismo, no cabe la menor duda; estos 17 años hablan por sí mismos. Tampoco de su carácter plenipotenciario. De hecho se trata de la Constituyente más arbitraria y despótica, en términos de extralimitación y abuso de poder, de todas cuantas ha habido en la historia de Venezuela. Un poder omnímodo, que supuestamente provenía de su carácter originario; una de esas “fabulas” que el chavismo incipiente de aquel entonces nos contó y que la Corte Suprema de Justicia, avaló con su rúbrica jurídica.

Fue precisamente haciendo uso de ese poder absoluto, que  ratificó a Chávez, cual emperador romano ungido por el senado como presidente, y  defenestró, al mismo tiempo, a los diputados del Congreso de la República electos, como lo había sido Chávez, en las urnas. Mientras tanto, y con la excusa de que ya no había cuerpo legislativo, el “gobierno” de la Asamblea se prolongó, promulgando leyes a su antojo, no obstante haber entrado en vigencia la nueva constitución el 1 de enero del 2000, hasta las elecciones de agosto de ese año, cuando se votaron los diputados del nuevo poder legislativo y se eligió a Chávez para un segundo mandato.  

En distintas ocasiones, Chávez también se había referido a ella, como la más transparente y democrática de la historia, algo que no es cierto, pues el proceso comicial de los constituyentes, estuvo marcado por el auténtico fraude, que supuso la limitación casi a la mitad, del voto para una parte de la elección. Esto en combinación con la estrategia de los denominados “Kinos”, le dejó a la oposición sólo cuatro curules de las 24 que se sometieron al electorado a nivel nacional.

Por lo que respecta a la Constitución Bolivariana, obra maestra de la constituyente del 99, aún hay quienes creen, incluso dentro de las filas de quienes acompañaron a Chávez desde el principio y hoy están apartados o  simplemente frustrados, que es un medio idóneo para emprender las transformaciones políticas y sociales que requiere el país, pero que Chávez traicionó al apartarse de su letra y espíritu.  Quizás el más conspicuo representante de este  sector lo sea Luis Miquelena, considerado uno de los mentores de Chávez y quien jugó un rol preponderante como Presidente de la Asamblea Constituyente, primero,  y como Ministro del Interior, después; hasta que rompió con Chávez a mediados del año 2002.

Sus declaraciones a la prensa venezolana, en el 2009, criticando acérrimamente la conmemoración del décimo aniversario de la Asamblea Constituyente de 1999, así lo demuestran. A la pregunta de la periodista sobre «¿Por qué era necesario una ANC hace 10 años?» Simplemente contestó: Veníamos de una crisis de los partidos políticos que se habían agotado, la corrupción se manifestaba, el país clamaba por un cambio. Para eso era necesaria una nueva Constitución que tuviera como principios fundamentales las libertades personales, el respeto a los Derechos Humanos, la descentralización del país, la lucha contra la corrupción y la independencia de los poderes.” Declaraciones que no podemos dejar de calificar de ingenuas o ignorantes, lo que al final  es lo mismo.

No sabemos si es por defender su posición inicial al lado de Chávez, pero da la impresión de que Miquelena y quienes piensan aún como él, nunca leyeron el texto de la Constitución anterior del año 1961, donde igualmente estaban consagradas las libertades personales, así como el respeto a los derechos humanos y la independencia de los poderes públicos.

En este punto, resulta a todas luces llamativo, pues no deja de ser contradictorio,  que a Miquelena y al resto de los muchos otros venezolanos que se sumaron a la ilusión constituyente que deslumbró el país en 1999, la propuesta política  de una Constitución nueva les resultase seductora, y la recibiesen como la panacea para todos los problemas de Venezuela. Una Venezuela, que había tenido hasta ese momento, unos 25 textos constitucionales. Pero quizás, lo más curioso de todo, es que algunos aún lo crean.

América Latina es un continente donde lo real maravilloso está siempre presente; más aún en la política, donde las soluciones simplistas y reduccionistas, generalmente envueltas en símbolos y traídas desde afuera, se pueden ofrecer a la población como si fuesen potajes mágicos que todo lo curan. Parece que hay algo atávico en los genes de nuestros pueblos, algo de aquella ingenuidad e inocencia del buen salvaje  que Chateaubriand describía  en sus obras, y que llevó a los conquistadores europeos a cambiarles baratijas por oro.

No importa si en esa oportunidad, la del año 1999, las baratijas se llamaban asamblea constituyente, constitución bolivariana o reelección indefinida.

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