Hay hombres que INSPIRAN a los demás por haber aprendido y contagiado el arte de ASPIRAR siempre a más, más humanidad, más profundidad, más sensibilidad. Esta es la clave de Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas. No siempre bien comprendido, ni enseñado.
¨Quinientos años después de la vida de Ignacio, sigue siendo fecunda e ilumina, desde la distancia de cinco siglos, muchas de nuestras propias búsquedas, de Dios y de su voluntad, de la radicalidad, de una fe encarnada y de una amistad enraizada en el evangelio o una vida apasionada en el seguimiento de Jesús y el proyecto del Reino…La vida de san Ignacio sigue invitándonos a pensar en nuestras propias vidas¨. (J.M. Rodríguez, SJ).
Pensar en la vida, educar desde la vida, preparar para la vida plena es la tarea principal de un educador, cuando ha reflexionado en su propia historia. Educamos para vivir bien y con dignidad, para dejar este mundo mejor de lo que lo hemos encontrado, para encontrar sentido en lo que hacemos y en la vida. En otras palabras se educa para SER, ser persona en plenitud en conexión con lo profundo de la realidad y con lo mejor de ella. ¨Raíces y alas¨, son las claves de quien sabe quién es y busca desarrollarlo. Hoy los paradigmas no están para grandes relatos ni búsquedas. Por ello, vale la pena hacer memoria de hombres que han aportado a la historia un grano de humanidad, un kilo de esperanza, porque han sabido INSPIRAR a otros en esas búsquedas, en esos anhelos del corazón.
En la época de Ignacio era normal, vivir de grandes empresas e ideales, sueños y deseos. Como toda empresa, el fracaso, el idealismo no faltaba, pero ello ayudaba a empujar el barco de la vida a diferentes puertos no solo por aventura o ambiciones, sino por grandes deseos. La honra y la lealtad en la época de Ignacio configuraban batallas, proyectos de vida, estilos, así nacieron los caballeros, los nobles, duques y feudales, así como los quijotes. Pronto aparecieron los Sanchos que señalaban la cruda realidad, pero con humor y sabiduría práctica de la vida.
Hoy, muchos aspiran a salir del país, buscar mejores realidades, empleos y empresas. Otros aspiran a vivir con lo mínimo necesario, a veces no solo el necesario pan, que muchos no lo tienen, sino el sentido del para qué estudiar, trabajar y amar si hay tantos fracasos, desorientaciones, barbaridades. Sin embargo, la tarea de construir lo que somos, de ser lo que eres, de desarrollar tus talentos es algo inacabado. ¨Aún no se ha manifestado lo que seremos¨, (San Pablo). Si algo podemos tener claro de los santos y de los grandes filósofos es que el ser humano es algo inacabado. Es un eterno insatisfecho, no por mera carencia, sino por nostalgia y aspiración, ¨es una pregunta para sí mismo¨, nos enseñaba san Agustín, es un eterno buscador por saber desear lo que más lo conduce para un fin (Ignacio de Loyola).
Ignacio de Loyola se definió como el peregrino, pues, entendió la vida como un eterno caminar, no para obtener lo que carece sino para desarrollar la capacidad de amar en la totalidad y no por fragmento, de darse del todo y no en partes. Y esto solo lo encontró en la MAYOR GLORIA DE DIOS, porque entendió el amor como un don que desciende de arriba y como un impulso que se siente en las fibras más íntimas del ser, por eso el amor es comunicación, dar y darse y es lo que mueve al actuar y no las falsas razones o apariencias. Solo el amor es lo que perdura, solo el amor nos hace Libres, solo el amor hace realidad los deseos y anhelos de la humanidad.
Por algo, Teilhard de Chardin SJ, pudo decir que ¨el cristiano es por derecho, el primero y más humano de los hombres, si bien se haya sometido más que nadie a la conmoción psicológica que en todo creatura inteligente funde de manera sensible la alegría de obrar en el deseo de sentir, la exaltación de hacerse a sí mismo, en el ardor de morir en otro¨. Lo que la vida de un santo y en concreto de san Ignacio de Loyola, como seguidor de Jesús y buscador del Reino nos puede enseñar a los hombres y mujeres de hoy es la capacidad de ASPIRAR a más humanidad, ser humano en plenitud por haber encontrado sentido a la vida, por habérselas jugado por algo, por no ¨balconear la vida¨ sino haber bajado a la calle y ¨encontrarse codo a codo¨ con los que anhelan ternura, dignidad, belleza, bondad, justicia y fraternidad. Pues, descubrieron que ¨somos mucho más que dos¨. ¿Qué buscabas Ignacio de Loyola al rastrear la Mayor Gloria de Dios?