Hace apenas unos días el oficialismo celebró el natalicio de Hugo Chávez, con pastel de cumpleaños incluido, canticos y testimonios populares, publicitados en los medios, rememorando y ensalzando la personalidad y obra de quien gobernó Venezuela durante catorce años. En esta conmemoración, la presencia del señor Nicolás Maduro contrasta con su ausencia en el desfile militar del 24 de julio pasado, fecha festiva nacional, por cumplirse un aniversario más del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, Padre de la Patria.
Pero más allá de los homenajes, los elogios y los epítetos que elevan su figura a la categoría de Gigante o de Comandante Eterno, calificativos por cierto, que no son necesariamente inspiradores, si tomamos en cuenta que Hitler fue conocido como el Führer, Mussolini como el Duce y Franco, en España, como el Caudillo, ¿que nos queda?; ¿cuál es el verdadero legado de Chávez?
Aunque las comparaciones son odiosas, se hace inevitable confrontar tres lustros de los inicios de la anterior democracia, esto es, el de Leoni, y los dos primeros gobiernos de Caldera y Pérez, con los catorce años continuos del gobierno de Chávez, más el primero de Maduro; no obstante la ventaja política que supone la continuidad administrativa y partidista de un régimen que sin interrupciones, está mandando desde comienzos de 1999, con representación plena y mayoritaria en todos los entes públicos y poderes públicos, gobernaciones, alcaldías, etcétera, situación que nunca se dio en los casos anteriores.
No obstante, durante aquel ciclo de gobierno de quince años de la IV República, como inapropiadamente gusta llamarla a los chavistas, se hicieron las siguientes obras tangibles: la Represa del Gurí primera parte, y la ampliación de las centrales térmicas de La Cabrera, Las Morochas, La Fría y Punto Fijo. Se creó SIDOR. Entró en producción la primera planta de aluminio de Guayana, Alcasa. Se amplío la petroquímica de Morón y se construyó el complejo petroquímico El Tablazo. Igualmente se construyó el Puente Internacional José Antonio Páez, así como la autopista estatal Valencia–Puerto Cabello y la interestatal Coche-Tejerías, las autopistas urbanas avenida Libertador, Maracaibo–San Francisco, El Valle-Coche, Barcelona–Puerto La Cruz–Guanta; también las carreteras Ciudad Bolívar–Ciudad Piar y Barinas-La Pedrera. Se inauguraron además, grandes obras en Caracas, como el Complejo Parque Central y el Metro de Caracas, el Poliedro de Caracas, la Cota Mil, los Distribuidores Ciempiés y La Araña, la Universidad Simón Bolívar y el Hospital del Seguro Social «Miguel Pérez Carreño». Así como cientos de miles de viviendas y miles de institutos de educación primaria y media entre liceos y escuelas públicas.
Por el contrario, cuando buscamos obras del chavismo concretas y completas, en todo lo que va de siglo, solo nos conseguimos con la construcción de las líneas 3 y 4 del Metro de Caracas, el puente sobre el rio Orinoco, el viaducto Caracas-La Guaira, esta última por emergencia sobrevenida al caerse la estructura anterior, algunos tramos de la incompleta autopista Caracas-Oriente, cuyo inicio se remonta a finales del año 1985, la represa de Caruachi y algunos pocos tramos, inaugurados en el 2006, del sistema ferroviario central Ezequiel Zamora, quizás el proyecto más importante y menos conocido del gobierno del Presidente Chávez. El número de kilómetros construidos en vialidad urbana e interurbana, tampoco soporta una comparación, ni el de escuelas, viviendas, hospitales y centros públicos de asistencia médica gratuita.
Si vamos a otros planos de la política, menos materiales, pero de gran importancia por su significado histórico, incluso de naturaleza revolucionaria; también la IV se lleva por delante a la V República. La nacionalización, por ejemplo, durante la primera presidencia de Carlos A. Pérez, de las industrias básicas del hierro con el izado simbólico de la Bandera Nacional en el Cerro Bolívar, del Estado Bolívar, en enero de 1975, y del petróleo, un año después, con la constitución de PDVSA, destacan por sí solas como actos políticos trascendentales que hubiesen sido el sueño de cualquier mandatario; más aún de uno socialista como decía serlo Chávez, proclamando permanentemente la soberanía nacional y el antiimperialismo . Ciertamente, CAP les robó ese sueño a sus sucesores.
Además, en materia laboral, fue el autor, para bien o para mal, del Decreto de Inamovilidad Laboral, posteriormente convertido en ley; figura que el propio Chávez recogió en su pregonada Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras, calificada por él mismo de revolucionaria.
Por el contrario, PDVSA es hoy en día y ya desde hace unos años atrás, una empresa operativa y comercialmente quebrada; mientras que la soberanía de los hidrocarburos tan celosamente vigilada por la PDVSA anterior, Orimulsión incluida, fue entregada, no a los gringos, sino a los chinos, rusos, cubanos, etc. La industria del hierro y sus derivados, ha corrido igual suerte en lo que va de siglo, sin que se vean signos de recuperación, ni mucho menos de colocarse a los mismos niveles de productividad, anteriores a 1999.
Tampoco ha habido reforma agraria, o algo parecido, ni políticas productivas para el agro. Por el contrario las confiscaciones y expropiaciones forzosas, han acabado con cualquier esquema sostenible en este renglón y las consecuencias las estamos viviendo ahora mismo.
El testamento de Chávez, su legado, se puede decir que quedó relegado a las famosas Misiones de sus primeros años de gobierno, principalmente Barrio Adentro y Alimentación, inspiradas en los programas populistas de Lula en Brasil y del socialismo cubano. De todo lo demás, queda Maduro heredero de su patrimonio político sin beneficio de inventario; su famosa chequera petrolera que recorrió todo el continente; su carisma innegable con el pueblo llano y una gigantesca infraestructura para la corrupción que nos viene carcomiendo desde el Plan Bolívar 2000.
Del resto de su herencia ideológica y su recuerdo, quedará muy poco dentro de unos años, pues el propio Nicolás Maduro se está encargando de borrarlo con su presidencia; incluso antes de que los historiadores y la propia historia pongan las cosas en su sitio.