Se define encuesta como “una serie de preguntas que se hacen a varias personas para conocer datos o para detectar la opinión pública sobre un asunto determinado”. Su confiabilidad depende del profesionalismo y responsabilidad del encuestador.
Las encuestas son de varios tipos, pero las que están de moda son las electorales. Con estas se pretende conocer las preferencias de los votantes.
Ustedes se preguntarán, al igual que yo, si debemos creer ciega y fehacientemente en los resultados que arrojan dichas encuestas.
Mi respuesta es que sin conocer las bases, muestra, segmento, preguntas y más elementos, es muy complicado considerar como confiables sus resultados. Además, hay factores muy particulares que se deben tomar en cuenta, como el voto vergonzoso, que no reconoce públicamente por quién va a votar, así como el alto nivel de indecisos, que en la mayoría de los casos concretan su voto en la fila de la junta donde van a sufragar.
Recuerdo que para una de las elecciones presidenciales, una estación de TV internacional organizó un debate en Quito entre los candidatos presidenciales que, según las encuestas, eran los más opcionados. ¿Qué pasó al final de ese proceso electoral? Entre los más votados estuvo un candidato que no fue invitado al debate, porque las encuestas ni siquiera lo consideraban, y dos de los peor votados sí fueron invitados basándose en esas mismas encuestas. Con esto no quiero descalificar el trabajo de los encuestadores, sino dejar claro que las encuestas no son palabra sagrada; son producto de una serie de preguntas que serán respondidas de acuerdo a la manera en que se planteen, el segmento al que se consulte, entre otros factores que influirán en su resultado.
No escuchemos cantos de sirena, resistámonos a los hipnotizadores de masas con discursos populistas y no sigamos la mejor opción presidencial a base de encuestas.
Revisemos los antecedentes de cada candidato, quiénes lo rodean, sus planes de gobierno y la seriedad y fundamento para sostenerlos. Elegir bien es nuestra responsabilidad.
