“ ¡Ruego, pues, a mi altivez que acompañe siempre a mi prudencia! Y si un día me abandona la prudencia, ¡pueda, al menos, mi altivez volar con mi locura!”. Así Hablaba Zaratustra, Nietzsche.
¿Por qué bailar? ¿Desahogo de las constipaciones del alma? ¿Un decir no a la racionalidad de todos los días? Mover, si es posible, todas las partes del cuerpo… Gritar… Reír… canturriar… Gimnasia que dice sí, a un casi autismo fantasma, en cada accionar muscular. ¿Una simple diversión?. ¿Un transpirar sin sentido para sentir solo la pegajosidad de las ropas contra la piel? ¿O acaso es un camino para romper la personalidad que cada quien viste, y promover, quizás, la nueva y tal vez, verdadera identidad?
Los dioses bailan, y con fuertes pisadas de esotéricas danzas, cuentan los antiguos mayas toltecas, mientras discuten la destrucción y formación de los mundos… ¿Por qué David, el hondero que venció a Goliat, baila, con pasión y entusiasmo, ante el Arca depositaria del secreto de su Dios Yavéh, sin temor a castigos divinos? ¿Y Shiva, el Dios danzarín de la India más vertiginoso de todos los tiempos, ágil y seductor incansable en sus bailes de creación cósmica? Salta en un pie… Danza frenética en que los giros se atropellan… con los brazos que liberan su energía hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados… Un verdadero torbellino… ¿Es que hay algo más en el baile que abre, con sus prácticas, extrañas y riesgosas dimensiones de la vida? No hay ceremonias de compromisos sociales o compromisos con los cielos sin bailes. O sin música. O sin cantos.
¿Será por eso que para Zaratustra la mejor enseñanza del conocimiento debe estar conmovida por la música, por el canto, por el baile? Todo, sin embargo, esencia de la propia voluntad humana, “hasta que los sabios vuelvan a gozar de su locura y los pobres de su riqueza”. Pues que mirando atrás los tiempos hablan del hombre, igual que hoy, con mucha exclusividad, de encubrimientos, de fraudes y traiciones. “Has recorrido – insiste por eso Zaratustra- lo que va desde el gusano hasta el hombre, pero aun queda en cada quien de vosotros mucho del gusano”.
¿De pie, con la cabeza erguida, y la frente despejada, pero todavía con el corazón a rastras por el suelo? ¿Qué habéis hecho increpa Zaratustra a los humanos, entre dolor, angustia y desesperanza, para terminar con semejante vergüenza? Desde su esencialidad profética y en rigor de consciencia reclama, advierte y proclama que ha llegado el instante en que “ el hombre debe ser superado”. Por eso, con mucha altura y, quizás, con demasiado amor, exclama al pueblo que lo escucha: “ ¡Yo os anuncio al superhombre!”. ¿Superhombre? Valores sociales con exigencias de nuevos comportamientos, nuevos derechos, nuevas razones de felicidad sin repudiar la individualidad de cada ser, principio activo, quizás, capaz de avanzar sobre la condición humana.
La hora en que el hombre sea rebasado por sí mismo, por fin está presente. Lo zoológico que en veces detiene o tuerce los pasos humanos debe ser bloqueado en su prioridad. Ya no más el eterno retorno de lo de ayer convertido en algo de hoy que no convence por ser idéntico al pasado… Nada de temores…Cada quien es dueño de sí, su propia autoridad, con el destino de sentirse responsable, por voluntad única nacida en sus entrañas… “Supérate a ti mismo, exhorta Zaratustra- aun en tu prójimo, y no permitas que te den un derecho que tu puedes tomarte!”.
Es que “el hombre es algo que debe ser superado, sabiendo que es un puente y no una meta”. Al ser tu, encaminando todos los conocimientos al rescate de tu identidad, por fin ya estás entrando en el camino de tu liberación… Aunque previa interrogación de este camino. Porque todo consiste en que vivir es ser libre, viviendo esta libertad en claridad de consciencia… A partir de aquí, superar al hombre de ayer no es más que simple consecuencia lógica, de convivir con la voluntad que te proyecta en tu nueva dimensión de superhombre… No ajeno a que esta propuesta es, por muchos, reconocida como insanidad social, Zaratustra exhorta a su nueva moral, con un atrevido mea culpa… “ ¡Ruego, pues, a mi altivez que acompañe siempre a mi prudencia! Y si un día me abandona la prudencia, ¡pueda, al menos, mi altivez volar con mi locura!”.