¡Mamá me mató! ¡Papá me disparó! ¡Ñañas, amigas, novia amada, compañeros del diario: me mataron! ¡Estoy muerto! Muerto para las palabras.
Muerto para la vida. Muerto infamemente. Muerto para siempre. Nunca imagine que la muerte podría ser esto: simplemente ya no estar, no ser. No estar para escribir, no ser para narrar la vida tal como es, tal como sucedía y la contaba. Ya no estar más para el amor, no estar más para la fiesta, el color, oír las bisagras que suenan, atornillar los colmillos que se salen del madero cuando algo anda suelto y se ocultan los agravios.
Me mató la violencia, la ira desatada, suelta como un látigo diabólico sembrado en el asfalto. La calle caliente, indolente no me advirtió, no me dijo: “anda vete por otro lado, por aquí no, huele a azufre y el olor te puede atraer al mal”. ¡Oh, Señor de los avernos, el infierno en que estáis madre adorada, padre querido! Toda familia mía, querida en todos mis recuerdos, en todas mis añoranzas. ¿Quién soy ahora? ¡Quién fui y quién soy!
Esta es mi última crónica, qué ironía escribir ante mi propia lápida. Se me acabaron todas mis historias, me las acabaron. Fue un momento, un instante, no me dio otra oportunidad y me acabó, me destruyó, me aniquiló todos mis sueños, me dejó sin nada. ¿Ahora qué escribo de mí mismo?¿qué narró ante lo que pasa, lo que sucede? No puedo escribir que estoy muerto. El dolor ha llamado a casa, el sufrimiento ha echo estallar todos los vidrios de la alacena, el guarda frio se ha congelado hasta la estupidez. El pavor ha entrada como puñalada certera. Me disparó y yo sólo quería vivir, siempre vivir, para la vida, para mi madre, mi padre, mis hermanas, mis amigas, mi tiempo, mi trabajo, mi risa que contagiaba cuando salía el sol y cuando se ocultaba después de luchar por ser o no ser en invierno y ser en primavera.
Soy Robert, fui Robert. Ahora soy por qué? Qué alguien me explique mi muerte, me cuente otro cuento de la paz en las calles, en las esquinas, hoy he sido desgraciado sin ser infeliz, me han hecho inerte, yo que estaba tan lleno de vida. Estoy hundido en la ciencia de la incertidumbre. Se me acabaron las certezas, ahora me estoy enfriando y la indolencia también.
“No quiero morirme”. “Ayúdenme a despertarme” . “La vida empieza para mí y ya me la acabaron”. “El miedo nos ha dormido a todos”. “Puede ser cualquiera pero ninguno es cualquiera, somos ciudadanos, personas, gente, pueblo. Ustedes, claro, porque yo ya no soy más qué recuerdos, añoranzas, sin pecado nací y la violencia me mató”.
Soy el muerto perfecto, perfectamente perfecto, arteramente perfecto. Soy terror, soy la huida del criminal. Me convertí en la estadística de muerte en las calles. Cantaran por mí pero yo ya no estoy para cantarme a mí. ¿Dónde estoy? aquí triste, tristísimo como la caja de fósforos que no sirvió para quemar el año viejo. Me duele el dolor de verme morir, me duele el sufrimiento mismo de que todo pase sin pasar nada. Estoy muerto y tú que me lees no lo estás ¿o acaso muerto en vida? No acepto mi muerte, no la aceptes tú tampoco. Estoy rebelde ante mi deceso, no quiero morirme y no moriré, jamás, no hacer nada me asesinó, no actuar me desoyó, oídme ante mi propio dolor, recuérdenme, mi muerte es la muerte del amor ante la terrible realidad de la indolencia y la indiferencia.
(Robert Salazar, periodista asesinado ayer 7 de Noviembre en las calles violentas de mi ciudad, Guayaquil, joven, hijo, amigo, deja en orfandad su vida y sus amores)
Y hoy ha sido noticia, ha muerto un joven periodista tan sólo por no dejarse quitar un teléfono celular. Moraleja: » cuando nos asalten no hagamos nada» …..porque en Guayaquil eso significa ya estar medio muerto, porque no hay Policía, no hay seguridad, los jóvenes drogadictos matan porque se sienten invencibles y para ellos la Ley es una broma, y para las autoridades son ciudadanos con más derechos que los muertos. Viva la patria!
Douglas estamos jodidos.