Facultad de Jurisprudencia, Escuela de Sociología, Univ. de Guayaquil. Nov.2016
No es tan actual la iniciativa de preguntarnos si Latinoamérica vive algún pensamiento propio, capaz de darnos una identidad que nos asemeje, que nos acerque, que nos permita identificarnos como unidad en el nosotros… Lo que si es verdad es que desde hace algunas décadas, gentes con distintas visiones ideológicas, buscan o dan respuestas a esta interrogante. Pero, en buena medida, las ideas base de los cuestionamientos y pretensiones de resultados, siguen reflejando las fuentes originarias, europeas y/o estadounidenses. Críticos hay que resumen esta “dicotomía” en un solo artificio “vivencial”: occidentalización. ¿Hasta qué punto es cierto?
Lo que de facto existe, y en este contexto, es un cruzamiento, y no siempre consciente, de anudar o vincular las valoraciones filosóficas con los principios ideológicos, los criterios sociológicos, las posiciones políticas y hasta los vericuetos de las entelequias religiosas. Los ismos de las prácticas políticas, sociológicas y filosóficas devienen aquí, en Latinoamérica, de dicha manifestación. La terminología más recurrente para su identificación, y usada por las prácticas socialistas fallidas, viene por muchas décadas reciclándose en el camino. Dependencia, antiimperialismo, tercermundismo, neoliberalismo, teoría de la liberación son las banderas ideológicas que, de una u otra forma, han flameado con los vientos marxistas del siglo XX. Hoy remanentes al servicio de las luchas de la globalización, teoría y práctica actual del capitalismo proteico.
Descolonizar nuestra América, siguiendo a José Martí, es la clave para iniciar el camino hacia un pensamiento libre y propio capaz de promover, por fin, la identidad de nuestros pueblos. Descolonización por partida doble: económico política y sociocultural, reconociendo ambas insumos de un mismo y único proceso, la liberación hacia un destino de justicia. Pero este destino tiene que ser expresado como un colectivo ideológico y espiritual de las sociedades que integran Latinoamérica. No como simples componentes. Como formadores en sindéresis con su realidad, hacia una realización histórica, genuina y legítima, tanto tiempo en espera.
De Vasconcelos a Mariátegui significa, por eso, caminar a trancos, pues el tiempo apremia, desde la cosmovisión mística del mexicano hacia la practicidad sociológica del Amauta peruano. No solo convertir nuestra realidad de ayer en un proceso idóneo de desarrollo actual. SOBRE TODO, TRASCENDERLA… Comprender, antes que nada, que para ser únicos no necesitamos ser puros. Y que la unidad de Nuestra América debe provenir, cada vez más, de la heterogeneidad de las sociedades que la integran, y, por cierto, de las diferencias que implica. Aquí está, en buena medida, uno de los ejes básicos de la descolonización.
¿Entonces? “Ni calco ni copia”, tal cual dijera con mucha razón Mariátegui, de las sirenas colonizadoras, de ayer y hoy, que siguen tentando al mundo latinoamericano. Compaginemos en nuestro andar la alimentación natural, la medicina ancestral, la producción agropecuaria originaria, el cuidado ecológico de nuestros ríos, selvas, pampas, bosques… Avancemos sobre el extractivismo de nuestros suelos que, al destruir su vida ambiental, solo sirve a los esclavistas de siempre. Reconozcamos en esta riqueza nuestra prosperidad futura. Solo comprendiéndola podemos, al proyectarla en un desarrollo de bienestar, justicia y libertad, superar el ancla colonial del pasado y el neocolonialismo que aumenta esta paralización.
Que la originalidad que aspiramos sea la aceptación de la realidad que vivimos como nuestra verdad. La filosofía, la literatura, la ciencia, el pensamiento latinoamericano, por fin nuestro, en convivencia con nuestra identidad, deviene solo, sin fórceps, desde el proceso de hacer, comprender y proyectar esta realidad!