Asusta pensar en el juicio final. En realidad, si no fuera por la misericordia de Dios, no creo que haya ser humano que debiera ser juzgado digno de entrar al cielo y eso pese a que, de acuerdo con la religión, para que haya pecado mortal son necesarias tres condiciones: 1.- Materia grave, es decir que el pecado que se ha cometido sea mortal. 2.- Pleno conocimiento: que uno sepa que ese pecado es mortal. 3.- Pleno consentimiento: querer, aceptar cometerlo.
La Iglesia, a mi modo de ver, analizando lo que ha ocurrido en los años que tengo de vida, ha dado un giro muy importante. El equivalente al cambio que se dio al cambiar del Antiguo al Nuevo Testamento. Hemos pasado de un Dios castigador, un Dios juzgador, como el del Antiguo Testamento, a un Dios misericordioso, como lo es Jesús, que en sus propias palabras nos advirtió: “No juzguéis y no seréis juzgados”.
Preocupa mucho que algunos antiguos cardenales, critiquen a la autoridad del Papa, porque esté permitiendo que los sacerdotes, en la confesión, puedan absolver al pecador de sus pecados, incluyendo el pecado de aborto. El pecado de asesinato es igualmente perdonado por los sacerdotes en la confesión. Esto no quiere decir que el Papa esté promocionando el asesinato o el aborto. Jesús claramente dio a los sacerdotes la facultad de perdonar los pecados.
La Iglesia, cuando yo era joven, era una Iglesia castigadora. En los Colegios católicos se nos advertía que no debíamos pecar. Desde hace varios años, con San Juan Pablo II, y ahora, gracias a nuestro brillante Papa Francisco, se ha estado insistiendo en la Misericordia.
Es necesario reflexionar: La salvación de una persona depende de sí misma, no de los demás. Si yo estoy arrepentido o no de mis pecados, es cuestión mía y me involucra a mí, no a los demás. No tengo derecho a juzgar los actos de los demás. Es más, vuelvo a repetir las palabras de Cristo: “No juzguéis y no seréis juzgados” Cada cual verá si se arrepiente o no sinceramente de sus pecados, pero yo prefiero no juzgar a los demás, Allá cada uno verá sobre su propia salvación. A mí me interesa salvar mi alma, y prefiero no ser juzgado para tener más posibilidades de salvarme.