En Navidad los cristianos celebramos el Nacimiento de Jesús. ¿Por qué es Jesús importante para nosotros cristianos? Porque siguiendo su mensaje esperamos con fe y esperanza la vida eterna junto con él. Esperamos nuestra resurrección. La esperanza de la resurrección es el sustento del cristianismo, de nosotros como cristianos.
Nuestra vida cristiana es prepararnos para ver a Dios en una realidad que no podemos avizorar. Decimos que Dios es bueno, pero en realidad no podemos aplicar a Dios calificativos humanos. En el salmo le pedimos: atiéndeme, protégeme, escóndeme. ¿De qué?: de las tentaciones y angustias de este mundo pasajero que nos hace olvidar nuestro destino eterno, igual que las fiestas, los correcorre y los regalos de Navidad nos hacen olvidar su significado. Atiéndeme, protégeme, escóndeme para no perder el rumbo a la vida futura.
Hablamos de la vida futura pero nos concentramos en la de hoy, en la pasajera, que no es más que el soplo de un soplo. Es como concentrarnos en el mapa del camino olvidándonos de adónde vamos, de nuestro destino final, de la razón de la vida cristiana que la Navidad debería fortalecer en nosotros.
El amor de los que amamos y de los que nos aman nos prepara para esa resurrección. Nos hace menos egoístas, sin amor sólo miraríamos a nosotros mismos. Nos libera del egoísmo, fuente de todas nuestras angustias terrenas, reemplazando nuestro egoísmo con amor.
Es en la pareja es donde se plasma el mayor amor. Tiene olor de eternidad cuando la vemos para toda nuestra vida, es la preparación mutua para la vida eterna, donde ya no nos veremos, pero veremos florecer, en un modo misterioso que hoy no podemos comprender, el amor que nos hemos tenido. Serán ya no los egoísmos, las diferencias, las discusiones, las opiniones diversas, los malentendido, solamente quedará el amor. Nos veremos de nuevo en la medida que hayamos fortalecido ese amor, que ya no necesitará un elemento corporal para hacerlo posible.
Después de muertos ya no quedarán ni las fiestas, ni los correcorre, ni los regalos. Quedará, en la medida que lo hayamos fortalecido, el amor que compartimos con los que nos rodean y, sobretodo, el que compartimos con nuestra pareja, que nos hace ser uno solo.