Todos somos líderes de algo, ya sea en nuestro trabajo, ya sea en nuestra familia, ya sea en nuestro grupo de amigos. A veces más, a veces menos, en el curso de la vida a todos nos ha tocado liderar.
Uno no puede menos que preguntarse. “¿qué líder soy?”
Todos somos una mezcla de tantas cosas, a veces en conflicto, somos amores y odios, resentimientos y gratitudes, gula y de frugalidad, tranquilidad y rabietas. Y dependiendo del momento, de las circunstancias, surge una o más de ellas con más fuerza, y domina al resto. Cuando lidero, ¿qué surge?: ¿el odio, el amor, la tranquilidad, el resentimiento?
Hay líderes a los que les surge el odio y lideran con odio. Hay líderes a quieres les sale la paz y lideran con paz. ¿Cómo lidero yo, cómo quiero liderar yo? Los que lidero, ¿qué piensan de mi liderazgo? ¿Los lidero por miedo o por conveniencia? ¿Cómo me lidero yo, me lidero sustentado en qué, en qué sentimiento, en qué idea, en qué pasión?
Como yo me lidero voy a liderar al resto.
Cuando las circunstancias de la vida nos encargan un liderazgo, pasamos a influenciar poderosamente a las personas a las que lideramos y las podemos influenciar para el bien o para el mal, para la felicidad o para la desdicha, para elevarlas o para hundirlas. ¿Cómo lo hacemos? Si me preguntasen a mis setenta y cinco años, ¿cómo me lidero yo?, creo que me sería difícil contestar, a veces de una forma, a veces de otra, soy apasionado y rencoroso, y me tengo que preguntar cómo mi liderazgo ha ayudado o destruido a otros. Cuando muera voy a tener que dar cuenta de ello.
Hoy la vida me hace tratar con muchos jóvenes y me doy cuenta que muchas veces una palabra, un gesto, un ejemplo, puede afectarlos profundamente. ¿Cuánto me cuido de esa palabra, de ese gesto? Ahora que empieza el año nuevo, todos tenemos que preguntarnos cómo me lidero yo, donde esté liderando, y pensar sobre ello, por más difícil que sea. Son esas cosas en las que sabemos tenemos que pensar y rara vez pensamos, porque nos bajan del pedestal.