Creo necesario diferenciarlas. En realidad, si hablamos de justicia, estamos hablando de moral. Esto está bien, esto está mal. Esto se puede hacer, esto no se puede hacer. El brillante Sacerdote Jesuita, el Padre González Poyatos, nos hablaba en un retiro espiritual, sobre el bien y el mal, y lo comparaba con los colores blanco y negro. Si decimos que lo blanco es bueno y que lo negro es malo (o viceversa) se podría juzgar: Lo de un color es bueno, lo del otro color es malo. Desgraciadamente hay una infinidad de tonos grises en el centro, que van del blanco casi gris al gris tan obscuro que se ve negro. Nosotros podemos creer que estamos en el blanco y en realidad estamos en un blanco casi gris y nos acostumbramos tanto, que pensamos que somos inmaculados, y poco a poco, vamos pasando a un tono más obscuro, hasta que estamos en el negro retinto y pensamos que seguimos en el blanco.
Por eso creo que es necesario que analicemos las justicias, porque al menos hay dos justicias diferentes, la justicia humana y la justicia divina. Dentro de la justicia humana, se encuentran diferentes justicias, porque el ser humano, posee características de individualidad que hace que, desde cada punto de vista, esto puede ser muy malo, o no tan malo. Hay justificativos que pueden cambiar en unos sí, y en otros no, la forma de juzgar. Hay también influencias externas de todo tipo, económicas, de fuerza, de influencias, de conveniencia, etc. que pueden hacer que la balanza se vaya a un lado, o al otro. La justicia humana tiene además en contra las características humanas: la pasión, el revanchismo, el ojo por ojo, la venganza, que desvirtúan la justicia y pueden agravan sus efectos.
La verdad humana es relativa, la verdad de Dios es inapelable. La justicia divina es una, y Dios no hace diferencias ni de credo, ni de status, ni económica, ni de ningún otro tipo. Pero tiene dos características especiales. Una, es tan maravillosa, que quiere para todos, no solo justicia, sino el premio eterno. Jesús lo dijo claramente y el hombre parece sordo: “No juzgéis y no seréis juzgados” El juzgar, como humanos, es pecado, puesto que yo no sé lo que llevó al otro a actuar en determinada forma, ni conozco realmente las razones o circunstancias en que lo hizo. Dios conoce el interior del hombre, es una situación diferente. La segunda característica sí es grave, y desgraciadamente, como seres humanos, muchas veces la ponemos a un lado. ¡El perdón! Dios perdona, pero para que Dios perdone nuestros pecados, es necesario el arrepentimiento sincero del pecado cometido, la decisión firme, la voluntad de no volver a caer en ese pecado otra vez, y la restitución del daño causado al otro. ¡El perdón no es justificación! Dios perdona por el arrepentimiento. Reconocer que he pecado. Poner todo de mi parte para no volver a cometer ese pecado y si es del caso, reparar el daño causado. Vale la pena reflexionar en esto. Sólo así obtenemos el perdón de nuestros pecados. La justicia de Dios es infinitamente misericordiosa, siempre y cuando el ser humano se reconozca pecador y decida no volver a caer en pecado.