21 noviembre, 2024

Las justicias (2)

Pensemos por un momento en el ateo. Yo no tengo dios alguno pero soy un ser humano que convive con otros seres humanos. La moral sí existe. Yo soy ateo, no creo en ningún dios y vivo una vida honrada y respetuosa para con mis congéneres. El respeto a los demás, me obliga a guardar los mismos mandamientos que el cristiano tiene la obligación de cumplir. Del cuarto al décimo mandamiento, son simplemente mandamientos morales de respeto a uno mismo y a los demás. Obligatorios para la vida en comunidad. Para yo tener derechos, tengo que tener también obligaciones. Si yo deseo ser respetado, ¡tengo que respetar! El respeto es la base de la convivencia humana.

De acuerdo con la justicia humana racional, por ejemplo, si un hombre mata a otro, está perdiendo el derecho a que no lo maten a él, mucho más si la persona a la que mató es algo para mí. Pueden venir entonces los agravantes o los atenuantes del caso, los justificativos, la intención, que deben y pueden ser válidos para disminuir o agravar la pena o castigo.

La justicia divina va más allá. Mucho más allá. Dios nos ama tanto, quiere en tal forma nuestro bien que, si nos arrepentimos sinceramente de nuestras faltas y le pedimos perdón sinceramente por haberlas cometido, las perdona y quedamos libres de ellas. Así de simple. Nadie tiene derecho a juzgar a otro por las faltas cometidas. Es uno mismo el que tiene que mirar dentro de su corazón y darse cuenta de si en verdad está arrepentido de haber cometido la falta o simplemente quiere librarse de la culpa y creer que Dios lo ha perdonado. El perdón de Dios, así como es divino, es exigente, y uno mismo es el que decide si condenarse o salvarse, exigiéndose a uno mismo el verdadero arrepentimiento de la falta cometida y tomando la firme decisión de no volver a fallar. Dios no condena a nadie. El hombre se condena a sí mismo.

Volviendo a la justicia humana, debemos considerar los agravantes y atenuantes de culpa, los errores humanos del que juzga, las circunstancias en que se cometió la falta, etc. Todo esto puede y debe influir en la decisión del castigo o la pena a cumplir. La justicia humana es frágil y puede ser injusta, muy injusta, porque somos seres humanos.

Sí. ¡Es cierto!, la justicia humana lleva un castigo que puede ser duro y en la justicia divina, es factible que no haya castigo alguno, porque al morir la persona, no sabemos lo que hay del otro lado y si se condenará o no, si habrá castigo o no. ¡Es verdad! Nadie ha vuelto para informarnos si existe o no el castigo eterno. Nadie puede probar que existe. Lo que sí es verdad, es que es muy triste que creamos que todo en la vida se resuelve aquí y que al morir todo desaparece. Todo lo que hicimos en la vida fue vegetar, unos con más felicidad que otros. Si creemos en la justicia divina, debemos aceptar que el ser humano no fue sólo un animal más de la creación, sino que el hombre, con su capacidad de discernimiento, puede obrar y tiene el libre albedrío y la libertad de decidir lo que le conviene. Las injusticias del mundo existen para que los seres humanos aprendamos a darnos la mano y a ayudarnos los unos a los otros y podamos, por medio de nuestras acciones lograr cada uno individualmente la gloria celestial.

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Wagner fue el compositor más controversial y el más influyente de la segunda mitad del siglo XIX. Fue en esta parte del siglo lo que Beethoven fue para la primera. Fue un revolucionario, la izquierda del movimiento musical de su época. Su música redefinió lo que era expresivamente posible en opera e inclusive en la música sinfónica. Ordinariamente asociamos este tipo de originalidad y poder artístico con el “libre pensador”, alguien cuyo liberalismo artístico se refleja en otros aspectos de su vida. Alguien quien en su humanidad se refleja toda esa capacidad artística. No fue así con Wagner quien como ser humano fue detestable, arrogante, pedante e insoportablemente egotista.

Harold Schonberg nos dice:

“Había algo de mesiánico en el hombre, un grado de megalomanía que alcanzaba niveles de lunático y que elevaba el concepto del artista como héroe a un nivel sin precedentes. Era un hombre bajo de estatura pero irradiaba poder, confianza en sí mismo, rudeza y genialidad. Como ser humano era de asustarse: amoral, egoísta, virulentamente racista, arrogante, lleno del evangelio del súper hombre y la superioridad de la raza germana. Sobresalía en todo lo que es desagradable en el carácter del ser humano”.

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