A escasos días de que Donald Trump se juramente como el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, las dudas, los prejuicios y los miedos sobre su posible desempeño en la Casa Blanca están a la orden del día. Sin haber empezado oficialmente a ejercer el cargo, ya puso a temblar a media humanidad, con su reciente amenaza a China, la cual fue rebotada como pelota de pingpong por el gobierno del gigante asiático, con una advertencia, en modo de reflexión, acerca de la realidad política en el mundo actual.
Un problema de fondo para muchos, pues Trump y su percepción de la realidad, traspasan la frontera de lo epistemológico, que aquí seria lo de menos, para instalarse en el de la ética política, pero entendida a su manera; esto es, como amoralidad y relatividad de valores.
“Post-truth” fue escogida, por el Oxford Dictionary, como la palabra del año 2016, basándose en varios sucesos, que fueron tomados por el público como ciertos, cuando en realidad no lo eran, a la hora de decidir su voto o preferencia por algunos lideres o apoyar determinadas situaciones políticas de consecuencias no constatables en tiempo presente. El referéndum sobre el brexit, fue uno de ellas, entre las más remarcables, por cierto; sin embargo, fue la victoria de Trump y su discurso lleno de embustes, así como su actitud desvergonzada frente a la verdad y los hechos consumados, lo que hizo que aquella palabra fuese la elegida, entre varias otras, como la más destacada. Y ahora, ya es más que una expresión; se le tiene como la definición de una nueva era en política. La era de la post-verdad, que sería su traducción literal al castellano.
Aunque la palabra no termina de convencernos, pues no hay post-verdades, ni mucho menos verdades posteriores, en todo caso solo mentiras anteriores, debemos reconocer que tiene su encanto cuando la referimos a personajes como Trump. La verdad para personas como él no es inmutable, ni siquiera por la aparición de nuevos hechos o descubrimientos. Bajo su cosmología, los hechos no existen como tales, sino más bien una percepción de los mismos por las personas y esa percepción si es variable.
Si en cualquier caso, había dudas al respecto, las mismas quedaron disipadas por Scottie Nell Hughes, una incondicional periodista que formó parte del equipo de Trump, cuyas declaraciones en un reconocido programa de TV, a finales de noviembre pasado, dejaron atónitos al resto de los participantes que estaban tratando el peliagudo asunto de como repensar su rol de periodistas y manejar la información proveniente de la Casa Blanca con Trump al frente, diciendo mentiras como las de la campaña electoral e intentado manipular a los medios y a la opinión pública . La señora Hughes llegó a afirmar que todo es cuestión de opiniones y que eso que llamamos hechos no existe, pues cualquier cosa es verdad si hay gente suficiente para creerla.
Que los políticos mientan no es algo nuevo, aunque parezca que lo estamos descubriendo ahora con la denominada era post-truth de la “política trumpista”. Lo que, si pudiera parecer más novedoso, por llamativo, es el descaro para mentir e incluso seguirlo haciendo, libremente, sin consecuencias. Y es que, en el fondo de todo, no es la mentira la que resalta como noticia, sino más bien el hecho pasmoso de que haya gente que aun sabiendo que le mienten, no valore negativamente ese hecho en forma alguna, y siga creyendo o apoyando a quien lo hizo. Una cosa es que a alguien lo engañen y otra muy diferente que ese alguien se deje engañar, lo acepte y no lo desapruebe, porque su afinidad con quién miente viene condicionada por otras “razones”. Si los hechos no existen, tampoco podemos referirnos a ellos como inmorales o no, pues esa valoración dependerá de la opinión de cada quien.
En América Latina, el “trumpismo” existe desde hace rato, pero ni los norteamericanos, ni los ingleses de Oxford parecen haberse enterado. El chavismo, por ejemplo, lleva manipulando la verdad y la mentira con tanto éxito en Venezuela, que lleva dieciocho años en el poder, al mejor estilo Putin, quien quizás sea el gran maestro en este arte, aunque tampoco se le reconozcan los créditos.
Se entiende la preocupación de los medios norteamericanos por el potencial que encierra Trump para convertirse en un presidente más parecido a nosotros que a ellos, e incluso, para ser considerado por el resto del mundo, que ya lo empieza a ver de esta manera, como un fascista, un autócrata o quizás algo todavía peor.
Esperemos que el señor Trump empiece a interpretar la realidad, su realidad, de otra manera diferente a la de cuando estaba en campaña electoral; pues, de lo contrario, gobiernos como el de Pekín le van a seguir recordando que también tienen su propia visión de la realidad y que van a defenderla, como ya lo advirtió China con respecto a las islas artificiales construidas en el Mar del Sur, como si se tratase de un acto de fe, de la única percepción posible.
Me parece que su escrito esta fuera de foco. Los farsantes que nunca dijeron la verdad son los democratas y los medios de comunicacion. Su discurso fue al punto y sacudo a los politicos que tienen sumado a este pais en la peor de sus epocas, en todo sentido. Su discurso les dijo que con el no hay nada bajo la mesa, como lo han hecho democratas y algunos republicanos. Con Trump se acaba el crimen organizado de los Obama/Clinton. Quien no vive en este pais, noconoce la realidad de las cosas. Trump ha sido y sera, quien diga las cosas por su nombre. Si Ud. me da su direccion de e-mail, le envio un escrito para que se inteligencie de la verdad que ha ocurrido en este pais, sobre todo, con la maquinaria «criminal», Obama/Clinton.