Desde el viernes de la semana anterior arrancó una nueva era para la democracia del país más poderoso del mundo. Las lecciones que nos ha dejado luego de las elecciones presidenciales son varias y entre las más destacables tenemos: la tolerancia para aceptar los resultados electorales, independientemente del gusto o disgusto de unos y otros; el nivel de profesionalismo en la transición de gobierno que se inició sin dilación, sin escándalos ni denuncias de fraude electoral; la oposición que aceptó dignamente los resultados en un acto que demuestra madurez política, honestidad y altura.
¿Qué pasaría en nuestro país en el caso de que gane las futuras elecciones presidenciales un candidato de la orilla contraria a la de Alianza PAIS? La respuesta que todos anhelamos sería que ocurra una transición presidencial de tintes similares a la ya comentada, pero para esto debe generarse un proceso electoral transparente, en aras de lograr que sus resultados no sean observados y puestos en tela de duda.
Que quien gane las elecciones sea reconocido como el legítimo presidente constitucional del Ecuador, sin sombra alguna.
Sin embargo, los vientos que hasta el momento soplan en el recorrido electoral de nuestro país nos hacen pensar que no vamos encaminados hacia ese objetivo.
Ya se denuncian y reclaman prebendas para unos y tratos desiguales para otros en la campaña electoral, lo que al final del día puede traer la percepción de que tal o cual candidato está donde está por la ayuda recibida y no exclusivamente por la preferencia del electorado ecuatoriano.
Esto sin duda le restará autoridad y legitimidad a la majestad de la investidura del futuro presidente del Ecuador.
Dejamos por sentado el cuidado que deben tener las autoridades electorales y los mismos candidatos para prevenir actos irregulares en el conteo de votos el día de las votaciones.
Madurez política, altura y honestidad es lo que necesitamos de inmediato en el Ecuador para bañar de seriedad el proceso electoral que se avecina. ¡Mala tos te siento, Catalina!