El mundo siempre ha sido de locos. Las barbaries cometidas en la prehistoria, las que leemos en la biblia, las atrocidades que se vivieron en la época de las invasiones, de las conquistas, de las cruzadas, de la Inquisición hablan de la capacidad del hombre para destruir y destruirse él mismo En la época de las guerras mundiales, se vivió lo mismo, pero había algo en el ser humano individual, que era lo que mantenía el equilibrio en el mundo.
El hombre era un ser humano sensible, la cortesía en el trato diario era evidente, se ayudaba al necesitado, quizás no en la medida de lo necesario, pero se vivía un respeto mutuo. Hasta a mediados del siglo pasado, la palabra era más importante que un papel firmado. El nombre era tenido a mucha honra, la gente cuidaba su apellido como si fuera una piedra preciosa. Como subrayaba Olmedo: “…siempre a Dios agradecido y tal que puedan decir que debieras no morir, como otros, no haber nacido.”
El culto a lo material, la ambición, la avaricia, el deslumbramiento y el afán de notoriedad, han ido afectando el alma humana, endureciendo los sentimientos y aumentando el individualismo, que está destruyendo la convivencia y la solidaridad humana, tan necesarios para una vida útil, de amor y de servicio.
Ahora el hombre honrado pasa como tonto, que no se aprovecha de lo que la vida le pone por delante. Vale más el que más tiene, porque los demás envidian lo que tiene. El respeto es una palabra obsoleta, que no significa nada, ya que tampoco sirve para nada. Sólo respetamos el poder, por el miedo a la venganza, la cara se ha endurecido, ya no importa lo que hizo o lo que no hizo el fulano, lo que importa es cuánto me puedo llevar. Como la impunidad impera, todos quieren recibir su tajada, ya el nombre no importa, lo que importa es cuanto me toca a mí. La amistad se convirtió en complicidad. Todos llevamos y ¡allá los giles que paguen las consecuencias si hay mal reparto! No hay miedo al castigo, pero hay que preocuparse de repartir bien, para que no nos denuncien.
Los derechos de las minorías son más importantes que los derechos de las mayorías. Los GLBTI tienen ventaja sobre las personas heterosexuales, al menos en los concursos. Los derechos de las personas que respetan la ley, son inferiores que los de las trasgreden. El título de pobre tiene patente de corso. Si yo soy o finjo ser pobre puedo matar, puedo robar y tengo derecho a hacerlo. ¡Pobrecito! Es la excusa para protegerlo. La igualdad existe sólo en el criterio, como dice el tango: “No hay aplazados, ni escalafón, los inmorales han igualado, y es lo mismo el que labora noche y día como un buey, que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley”.
Los guerrilleros y terroristas, involucrados en narcotráfico, que han secuestrado, robado, asesinado, etc., de acuerdo con el Gobierno, tienen que ser perdonados, ya que han prometido no seguir delinquiendo, se pueden dedicar al negocio “honrado” de cultivar o producir drogas, de traficarlas e inducir a su uso a nuestros hijos, ya que decidieron entregar las armas y reintegrarse a la sociedad civil, aunque sólo un grupo de ellos lo hagan.
Los Indocumentados, que han entrado ilegalmente a un país, como son pobres, tienen que ser protegidos. No importa que entre ese grupo estén delincuentes, asesinos, prófugos de la justicia, mezclados con ellos, Ese país debe averiguar cuáles son los delincuentes v encarcelarlos. Si entre ese grupo hay terroristas y matan a los ciudadanos de ese país, la culpa es de sus habitantes por no haber tenido la habilidad de detectarlos y haberles pedido que por favor no alteren el orden.
¡Confundimos tolerancia con idiotez! ¡El exceso de tolerancia va en contra del ser humano! Hablar de los derechos de las minorías es en muchos casos hablar u obrar en contra de las mayorías. Sería ideal si las minorías aceptaran ser aceptados, pero en general ocurre lo que pasa con el ser humano: ¡Les das la mano y se agarran del codo!, El considerar que tolerar es ceder lleva al abuso, lo cual es intolerable.
¿Por qué razón vivimos esto? Porque se ha ido perdiendo ese respeto a uno mismo, a la tradición. A nadie se le ocurría siquiera pensar en abusar del poder, enriquecerse ilícitamente. ¡SÍ! Unos pocos sí lo hacían, pero la sociedad los señalaba y eran mal vistos. Ahora, ellos son los millonarios y miran bajo el hombro a los giles que no han sido suficientemente sapos para estar en su grupo de élite.
¡Ya es hora de que el mundo vuelva a su cauce! Estoy seguro que aún quedamos muchos que consideramos abominable ese modo de vivir. ¡Rechacemos a los ladrones de cuello blanco! ¡Volvamos a vivir! ¡Que se respete el buen nombre y defendamos el honor de la diferencia!