Las constituyentes en la vida de los pueblos son excepcionales. Se trata de fenómenos políticos que echan los cimientos de su futura vida institucional, social y democrática; en una palabra, de su conformación como estado, con una constitución estableciendo los principios organizacionales y funcionales de los poderes públicos, así como los derechos de los ciudadanos y la forma en que el Estado debe garantizarlos.
Pese a ello, en algunos países como Venezuela, ésto no ha sido exactamente así y tanto constituyentes, como constituciones, han estado a la orden del día, convirtiéndose en actos políticos ordinarios, hasta el punto que durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, prácticamente cada gobernante tuvo su propia Constitución.
Cuando Chávez lanzó el anzuelo de la Constituyente como parte de su campaña electoral en el año 1998, llegó a calar tan hondo, como la gran solución a los problemas de entonces, que algunos dirigentes de la oposición de la época, incluso se atrevieron a disputarle la autoría de la idea.
Tras ganar las elecciones de Diciembre de aquel año, ya como presidente en funciones, la puesta en escena de la coreografía para llevar a la práctica la promesa de una Asamblea Constituyente fue cosa fácil, no obstante la resistencia de algunos sectores sin mayor influencia política. La euforia constituyente lo invadió todo, el discurso, la agenda de los partidos, así como el itinerario político del país, que vio como Chávez ganaba de manera aplastante la elección de los miembros o representantes populares que integrarían la Asamblea Nacional Constituyente; eso sí, dejando calculadamente, que una media docena de puestos quedasen en manos de la oposición o de independientes, por aquello del pluralismo.
Aunque la constituyente de 1999 no estaba prevista en la Constitución vigente, Chávez se las ingenió para pasarle por encima. Fue la época del referéndum consultivo, de la elaboración de unas bases comiciales amañadas y fraudulentas, bajo la excusa de que la legislación electoral existente, que era perfectamente aplicable, no servía; de las sentencias siempre favorables a todo lo relacionado con el proceso constituyente; de la mentira del “poder originario”; de la defenestración del Congreso nombrado por el pueblo; de la creación del congresillo; del régimen de derecho transitorio; de la aprobación de la nueva constitución con sus tres versiones desiguales y de la ratificación de Chávez como presidente.
Pero aunque la constituyente y la nueva constitución fuesen una mentira, pues no eran necesarias; era una mentira que a mucha gente le hacía falta, y con la cual Chávez alcanzó la presidencia.
Dieciocho años después, Maduro busca hacer lo mismo, aunque las circunstancias políticas no sean las mismas, ni siquiera parecidas, y haya otras diferencias insalvables entre su convocatoria a una constituyente y la de su mentor y predecesor. Una de las más significativas, radica en el hecho simple de que Chávez arranca su discurso constituyente, aun antes de ser presidente, enfocándolo en la necesidad de acabar con el pasado, al que denominó IV República, y el statu quo imperante. Si trasladamos esto al presente, tendríamos entonces que Maduro quiere cambiar también el pasado, porque si no ¿para qué invocar la constituyente? Pero resulta que ese pasado es el de Chávez, el de su legado, y de paso, el suyo propio, pues lleva ya más de cuatro años en el poder; y para ello, no se requiere un nuevo texto constitucional, sino aplicar el que ya existe. La explicación de que la constituyente es necesaria para profundizar la revolución y asegurar la herencia de Chávez, no es más que una contradicción a falta de argumentos que la justifiquen.
La otra distinción igualmente importante, radica en que la constituyente de Chávez encajaba de alguna manera más natural, en el contexto político de 1999; precisamente por arribar Chávez al poder en aquel preciso momento, qué en el actual de Maduro, iniciado ya el último tercio de su periodo presidencial y con una constitución vigente que no tiene un origen, ideológica y políticamente, ajeno a su línea de gobierno, sino más bien todo lo contrario. Además, yendo ya al plano operativo, Chávez al menos hizo una consulta popular, para determinar si se quería o no una constituyente, mientras que Maduro, usurpa la facultad de convocatoria que constitucionalmente tiene el pueblo, a través de una iniciativa para convocar que solamente es eso, una iniciativa, y que no puede derivar en elección alguna de la constituyente hasta que el pueblo diga si la quiere o no la quiere.
En lo que si se parecerá esta constituyente a la de Chávez, es en que también estará dominada por seguidores del régimen, que no se será plural, ni representativa, ni democrática en su elección al igual que la anterior, y que culminará en una Constitución que debería superar a la de 1999, aunque esto parezca imposible, pues se trata, como el propio Chávez dijo en más de una ocasión, de la mejor Constitución del mundo.