Corro, con rapidez. No quiero que me atrape, me alcance, me someta, me vuelva inútil. No tiene sentido que me inutilice. Me vuelva un desvalido. Infructuoso, acabado, la tortura del fin. Trato de esconderme; huyo, me escondo entre la multitud, pongo distancias a todo y de todo, no quiero que se me acerque. Estoy cansado de huir, salto las verjas huyendo. El frio me arremete, el calor me suda hasta la sangre de los cangrejos.
Me duermo mientras escribo, mientras espero el bus de la bajada del pájaro que inicia su recorrido a esta hora. El bus, la espera, el ansia de no saber que me depara ante la tortura de estar vivo sin saber hasta cuándo ni para qué. Huyo del abismo, de la tristeza que nació en mí antes de nacer. No sé qué es lo que me arde, me trastoca momento a momento. Es vacío y corriente. Sube hasta la coronilla y no trae paz. No es paz y ya me ha atrapado y quiere ahora, atraparme de nuevo. No quiero ir, a donde me llama, me lleva. Me atrae y tengo deudas que pagar. No puedo pagar si caigo en su tortura. Tengo helado de menta y sal para no caer en mi delirio. El buen señor: tan frágil, tan endeble, huidizo como la tarde en que sembraron la tierra en la que cosecharían los cactus y las cenizas.
Llueve sobre la mente de quien escribe y quien lee. Ya no te amo o nunca te amé y pretendo decirte que te amaré hasta la muerte. He decidido caer en la repetición y partir los recuerdos en múltiplos de cero. Te llamo no contestas, me llamas y pierdo las llamadas. Estoy triste y estoy languideciendo implorando que me ames: me toques, , me huelas, me sueñes, me percibas como ya nunca fue como ya nunca será.
Estoy cansado de mirar y sólo ver los rostros extraños que nunca dicen quién es y quiénes son. Quiero un espejo que mire adentro, que refleje el interior de cada uno. Si me miro a los ojos ante el espejo, ver mi cráneo, el cerebro, el correr de la sangre, el trabajo de las neuronas. Reconocer la magia de ver, el tormento de oír, ver las millones de terminaciones nerviosas en mi cabeza. Ver cómo es cuando hablo, cuando oigo. Ver este instante, este momento. ¿Cómo es el tiempo? ¿Cómo es el pensar? Observar el odio cuando aparece, el amor ¿dónde nace? Qué color realmente tiene, de qué está compuesto? Me colocaría el espejo en mi corazón y sanaría el dolor, la angustia, las certezas, lo que está antes y después de la incertidumbre. Todo el día me pasaría viendo la sangre correr. Le juraría amor eterno a mis células, le gritaría a mi ADN: “Hey, tú eres yo, yo soy tú”. Un espejo que nos refleje de verdad, no aquel que oculta nuestro tormento.
Le preguntaría a este espejo verdadero: ¿dónde se esconde el mal nuestro de cada día? El mal escondido en mí, el mal: soberbia mía, ¿dónde te ocultas? Qué cuando apareces no te veo surgir, no sé cuándo naces, ¿vienes como forma de accidente? o simplemente estás aquí en mi corazón, en mi decepción y hasta ahora puedo sanarte. Escribo tratando de oír lo que narro, lo que cuento porque quiero saber dónde está lo que me dijiste que venía y hasta ahora llega.
Soñar con el nuevo espejito mágico me tortura. He escrito de un solo tirón y no me importan los errores ortográficos y las yuxtaposiciones. Me harté. Dije un día: “nunca más le rogaré a nadie” ni siquiera a la madre de mis hijas y suprema voz que me calma cuando duermo de más, cuando no quiero despertar y narrarte que lo que viene es ahora, pueden ser nuevas torturas pero también nuevos torrentes de esperanzas, algunos sueños que aún tienen que esperar, algún azul que está en camino y no sé perderá esta vez.
“Estupefacto”, así llamaría al espejito portentoso que refleja la vida de adentro, tal como es, tal como transcurre. Al espejo lo pondría en mi sexo, en una erección de hambre y dejaría que te sientes mujer de luna, sol y cavernas y dejaría que me rompas el espejo de mí soledad. Veo morir de envidia a mí lujuria. Hoy no he podido arrancarte tus gritos de playa que son los mismos cuando oigo cantar al mar ante la seducción de las sirenas. Pero me he calmado. Tú, la única que me calma. Ni el magnífico ni el magnánimo existen, sólo existes tú, creación del Justo, del magnánimo; tú, hecha en tus pliegues a la imagen del magnífico.