Las recientes declaraciones del señor Alberto Garzón, líder de la desaparecida Izquierda Unida, y decimos que desaparecida porque PODEMOS se la engulló de un bocado, en relación con la tragedia que vive Venezuela, dejan mucho que desear de un dirigente político con responsabilidades no solo frente a su feligresía, sino también frente al resto de la sociedad.
De cualquier político con pretensiones de liderazgo lo menos que uno espera es objetividad, al menos una cierta inclinación hacia la verdad, más que a la mentira; sensibilidad social y humana ante las tragedias; convicción ideológica, pero reconociendo los errores cuando se produzcan y soluciones a los problemas de la gente cuando las tengan, no antes. Pero el señor Garzón parece que no tiene ninguna de esas cualidades si juzgamos por la superficialidad de su discurso y la simpleza de sus razonamientos.
Resulta ahora que, en Venezuela, según palabras del dirigente de IU y de PODEMOS, es la derecha, a la que califica de golpista, la que tiene la culpa de todo, pues, aunque el gobierno de Maduro lo pudo haber hecho mejor, tampoco lo ha hecho tan mal hasta ahora, llegando a reducir “los niveles de pobreza, violencia y privaciones sociales”. Hasta parece una broma, pero de mal gusto, hacer semejante afirmación en los actuales momentos, cuando es pública y notoria la crisis humanitaria que viven los venezolanos por la carestía de alimentos y medicinas, entre otros rubros de la vida diaria. Cuando abundan los reportajes en los medios internacionales reflejando las inmensas colas en supermercados y panaderías, así como la situación de emergencia que vive la sanidad pública y privada por falta de insumos, y las imágenes de gente buscando en la basura, nos hablan de los horrores y desgracias que viven una parte de los venezolanos, diariamente.
La falta de originalidad del discurso utilizado por el señor Garzón, lo lleva incluso a repetir frases hechas del propio Nicolás Maduro y a copiar posturas de otros dirigentes de PODEMOS como Pablo Iglesias, al referirse a la represión desenfrenada llevada a cabo por los cuerpos de seguridad del Estado, en contra de civiles que salen a la calle a manifestar su descontento; jóvenes muchos de ellos, que han bañado con su sangre el pavimento de las calles venezolanas. Para Garzón, el asunto es simple, los muertos son de ambos lados, no solo del lado opositor; con lo cual pareciera decir, que cualquier muerte de un lado, justifica las del otro lado.
Utilizar la palabra lados o bandos, o dividir a Venezuela en dos mitades o polos es algo que el chavismo ha venido haciendo adrede, desde hace tiempo. A los opositores, comenzando este siglo, Chávez les tildó de burgueses e imperialistas, porque no había pueblo; después les calificó de “escuálidos”, porque en las elecciones eran siempre minoría. Sin embargo, pasado un tiempo, ahora que ganaron las elecciones legislativas por amplia mayoría y el descontento social no distingue entre clases ni ideologías, se les llama golpistas, renovándose un término que, ya en el 2002, se usó hasta la saciedad contra quienes participaron en los sucesos de marzo y abril de ese año.
No sabemos si el “divide et impera”, se lo enseñaron a Chávez los fundadores de Podemos, cuando asesoraban a su gobierno en aquellos años, o si el propio Chávez ya lo había aprendido en la escuela militar, que es lo más probable; pero lo cierto es que simplificar el mundo en dos hemisferios o latitudes es algo tan antiguo como la política y tratar de polarizar a la sociedad venezolana para explicar después que es esa polarización la raíz del problema, es una táctica puesta en práctica por el régimen venezolano y secundada por algunos de sus propuestos mediadores, entre los cuales se encuentran ciertos expresidentes de Colombia, Panamá, España y Republica Dominicana, con el fin de dejar preparado el escenario que servirá de fondo al tantas veces sugerido dialogo entre las partes.
Pero el empeño de la sociedad civil, por ejercer sus derechos políticos, como lo son el voto libre o la protesta contra el gobierno de Maduro, no puede ser disimulado, ni disfrazado, con la ya cansona y manida lucha de clases entre capitalistas o imperialistas y proletarios, entre burgueses y asalariados, entre la derecha que siempre es golpista y la izquierda que no da golpes de estado, sino gloriosas Revoluciones.
El señor Garzón debería empaparse más sobre la situación de Venezuela, en lugar de formarse ideas con clichés preestablecidos. Pero, fundamentalmente, debería de tener un poco más de respeto y de sensibilidad ante la muerte de más de 80 ciudadanos, consecuencia de la violencia irracional y desproporcionada de los cuerpos de seguridad del Estado, pues las injusticias, como ya lo hemos afirmado otras veces, no tienen ideología.
Un viejo refrán popular venezolano dice que los burros se buscan para rascarse. Sin pretender ofender a nadie, el dicho cabe también para la política, y es aplicable igualmente al plano ideológico, para explicar porque las izquierdas se apoyan unas con otras y no necesariamente para rascarse.
Una solidaridad que asquea. Sobre todo, cuando en casos como el del señor Garzón, entre la verdad y la mentira no pareciera haber diferencia alguna.