Con la llegada de Alianza País al poder la precaria institucionalidad del país cayó en manos de un solo individuo y unos cuantos secuaces que justificaron sus nuevos mandos y controles como requisitos esenciales al advenimiento de una república socialista que duraría 300 años. Para entonces, Jorge Glas, con tesis plagiada, era apenas un actor secundario, pero respondía directamente al líder (interprétese como responsabilidad coadyuvante). Ningún funcionario de alto vuelo o rango, sin importar la función del Estado, ni siquiera aquel sin cargo, pero con responsabilidades recaudatorias, podía existir sin el beneplácito de Carondelet.
La nación permanece bajo la cobertura de una aparente democracia, con instituciones, pero sin institucionalidad, pues la abrumadora mayoría de quienes ejercen algún tipo de control estatal llegó a sus funciones gracias a un siniestro complot que evidentemente excluyó al debido proceso. Gracias a la prensa internacional, el Gobierno de las “mentes lúcidas, corazones ardientes y manos limpias”, del Socialismo del Siglo 21 y demás falacias, está más que en evidencia por una generalizada e institucionalizada corrupción maquinada por ellos mismos.
Ahora todos están en la mira y nadie es protegido de nadie. Ante la reinante inconstitucionalidad solo la opinión pública prevalece. El país no dejará de existir porque un maldito vidrio se haya caído de una fachada mal levantada, pero poco cambiará mientras la sociedad no reclame por las atrocidades cometidas. ¡Renuncien todos!