En 1793, durante la Revolución Francesa, Jacques Brissot, líder de los Girondinos, definió la anarquía de la siguiente manera: «Leyes que no son llevadas a efecto, autoridades sin fuerza y despreciadas, crímenes sin castigo, la propiedad atacada, la seguridad de los individuos violada, la moral del pueblo corrompida, no hay Constitución, no hay Gobierno, no hay Justicia, éstas son las características de la anarquía».
El tema venía a colación en vista del pedimento de supresión de los Enragés, «rabiosos», una suerte de movimiento político radical, similar en cierta forma, a lo que sería un partido político hoy en día, y a quienes el propio Brissot había tildado de anarquistas. Más allá del intento de conceptualización, con el propósito de descalificar a sus adversarios, Brissot nos dejó una lista de conductas y de rasgos que servirían, como una especie de camisa hecha a la medida, para saber cuándo estamos en presencia de una situación anárquica. De hecho, la definición alcanzaba a una buena parte de las situaciones políticas que se habrían de dar dentro de la propia dinámica de violencia de la Revolución Francesa.
Unos años más tarde, el Directorio dio su propia definición de anarquía para referirse a los abusos de Robespierre y algunos de sus partidarios, llamándolos tiranos, hombres cubiertos con crímenes, manchados de sangre, engordados por la rapiña, que predican la libertad pero practican el despotismo, que hablan de fraternidad pero matan a sus hermanos, etc. Esta acusación de anarquistas a quienes habían gobernado cerca de un año los destinos de Francia y de la Revolución no deja de llamar la atención por la paradoja que encierra, pues los gobiernos se hicieron para regular y normar, es decir, para evitar la anarquía y el caos. Por eso la pregunta, ¿puede un gobierno ser anarquista?, tiene relevancia en cualquier época. La respuesta parece obvia en el caso de referencia. Sobre todo cuando el de Robespierre y los Jacobinos fue un gobierno en plena revolución, o sea, revolucionario. Sin embargo, hay que tener claro que la anarquía no es necesariamente una consecuencia del «anarquismo» como posición ideológica y que no se necesita ser un «anarquista» de convicción para crear anarquía.
Es por ello, que un gobierno ineficaz en sus políticas económico sociales, o despótico en sus actuaciones, concentrando más poder del que le está permitido, violando la Constitución que lo eligió y abusando de sus privilegios para mantenerse en el poder, se puede considerar anárquico y, por lo tanto, generador de anarquía. Más aún en el caso de un gobierno que se dice revolucionario y que como resultado de ello socava las instituciones y se lleva las leyes por delante. En el caso venezolano no se puede negar la situación de anarquía en que vivimos. Si la vida, la propiedad, la división político-territorial, los símbolos patrios, los principios económicos universales y, en una palabra, la norma que se tiene como Constitución no se respeta, se causa anarquía.
Pero la relación entre la Revolución Francesa y lo que ha venido haciendo este gobierno va más allá de la anarquía, veamos: La actual Asamblea Nacional Constituyente, similar a la de 1999, tiene el mismo nombre de la de 1789; Constitución Bolivariana, emulando la primera constitución francesa de 1791; IV República, como descredito, por aquello del Anciano Régimen; nueva geometría del poder con ensalzamiento de las comunas, copiado del régimen federalista de autogobierno comunal revolucionario francés, con asambleas populares, secciones, consejos comunales y milicias, cuyo ejemplo más desarrollado fue la Comuna de París; milicias, en nuestro caso, ejercito paralelo, ejemplo tomado del ejército revolucionario o pueblo armado, como consecuencia de la abolición del ejército tradicional francés; expropiación de empresas, toma de medios de comunicación, entre los que destaca RCTV, y expulsados de Pdvsa, simbolizando la abolición de los privilegios a la nobleza; círculos bolivarianos y colectivos, versión criolla de los «sans-culottes»; socialismo del siglo XXI, a falta de los enciclopedistas y una Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; y así pudiéramos seguir. La Revolución Francesa duró diez años, terminando con el «coup d’État» del 18 Brumario de 1799.
De los dos Napoleones que surgieron con la Revolución, el primero, el del golpe de Estado, este régimen se ha cuidado de que no aparezca, pelando cual cebolla las camadas de oficiales, controlando los ascensos y dando jubilaciones adelantadas. El otro, el que se hizo coronar Emperador, se puede decir que ya lo tuvimos, falleció y nos dejó un heredero.
Tan serio como cierto, las revoluciones nido y cunas de tiranos, con unas pocas excepciones, entre ellas la americana que aún con su mancha » negra» , ha sido la mejor y aún seguimos cosechando de esas viejas semillas.