Los ecuatorianos somos un pueblo desconfiado. Hemos sido engañados tantas veces que es muy difícil que se pueda cambiar de la noche a la mañana. Se desconfía de toda promesa venga de donde venga.
Desde que somos república y aun desde antes, se ha vivido de promesas no cumplidas. Las mayores han sido en lo político. Se ha ofrecido sacar al país de la pobreza y dar una mejor forma de vida. Lo último, el estribillo del buen vivir con ministerio y vago incluido.
La década ganada fue un engaño al pueblo. Se ofreció el oro y el moro, aunque nunca dijeron a quién. Un grupo de revolucionarios falsetas, de manos limpias, corazones ardientes y mentes lucidas se levantaron el país y se convirtieron en los nuevos ricos con el dinero de los ecuatorianos.
La oferta de una mejor educación a todos los niveles, otra farsa. Las unidades del milenio se construyeron por doquier sin que se tomara en cuenta las distancias de los poblados, obligando a los educandos a recorrer grandes jornadas para asistir a clases donde no hay docentes.
Las universidades casi desaparecen porque unas catervas de ineptos las calificaban y categorizaban a su antojo. Numerosos bachilleres se quedaron sin estudiar ya que se los obligaba a optar las que no querían. El Yachay es el monumento a la estupidez.
Los compromisos de salud y el seguro social para todos, otra falacia. La construcción de hospitales y dispensarios inconclusos, sin equipamiento, se encuentran a todo lo ancho del país. Los médicos brillan por su ausencia, y los turnos para consultas un vía crucis, no se diga las medicinas que escasean porque se las usurpan a dieta y siniestra.
Todo ecuatoriano conoce que no existe la justicia y que las reestructuraciones y construcciones para Juzgados y Cortes fue otro negociado de la revolución. Juicio en contra del Estado es inútil, se pierde aun teniendo las pruebas. El incremento de la delincuencia producto de la liberación de los sindicados por jueces incapaces o corruptos, se acrecienta. La podredumbre nace de las cabezas.
La corrupción se convirtió en un mal inveterado para los ecuatorianos. Somos un país visto mundialmente como corrupto por culpa de un grupillo que lo gobernó por una década.
Los villanos se declaran inocentes ante los ojos del pueblo a pesar de las pruebas que los comprometen y los dineros que se les descubre. El crimen organizado salpica a jueces que con cara dura protegen a los cabecillas, en unos casos por dinero y en otros por miedo.
¿Ante los hechos que se presentan a diario, más los que se han acumulado cual radioactividad por años, como se puede pedir a los ecuatorianos que confiemos en que las cosas pueden cambiar?
“La desconfianza como norma de vida descubre un complejo de inferioridad: el temor de ser engañado por todos”.