En nuestro artículo de agosto pasado, titulado “Después de Samartmatic”, hacíamos una pequeña reflexión acerca de lo que significaba votar en las elecciones regionales, teniendo como ente organizador de las mismas, así como del de conteo de los sufragios totales, al Consejo Nacional Electoral, el cual ha estado conformado, desde hace diecinueve años, por cinco integrantes, quienes son representantes del oficialismo. Una diferencia importante con el antiguo Consejo Supremo Electoral, anterior a 1999, integrado por representantes de los principales partidos políticos, pero nunca por los del partido gobernante, únicamente.
Decíamos, además, que si ya había habido denuncias y acusaciones de fraude sobre su actuación en procesos electorales pasados, cualquier sospecha al respecto había quedado confirmada con las declaraciones dadas por directivos de Smartmatic a principios de agosto pasado. En ese comunicado, el que fuera socio tecnológico del Consejo Nacional Electoral y responsable del hardware y software de los procesos electorales en Venezuela, desde el 2004, hasta ese entonces, puso en tela de juicio el resultado de los comicios del 30 de julio pasado, en los cuales se designaron a los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente, señalando una inconsistencia de “al menos un millón de votos”, con respecto al resultado total de casi ocho millones noventa mil, declarados por el CNE en su único boletín oficial.
Indicábamos, por lo mismo, que resultaba incoherente acudir a unas elecciones regionales en tales circunstancias, más aún con el añadido de que la recién nombrada Asamblea Nacional Constituyente podía promulgar la nueva Constitución de Venezuela, una vez redactada, en cualquier momento, dejando sin efecto la elección de los nuevos gobernadores, correspondiente a un mandato de la Constitución vigente de 1999. Es decir, que ni había la seguridad de ganar las gobernaciones que se creía, dada la falta de imparcialidad necesaria para participar en unos comicios realmente limpios y cristalinos, ni mucho menos, la seguridad de que pudiesen mantenerse las nuevas autoridades, una vez electas.
También hicimos referencia en dicho artículo, al otro mensaje más subliminal de Smartmatic, dado en esa misma oportunidad, quitándole hierro al asunto del fraude electoral del 30 de julio, visto como consecuencia, más bien, de unos comicios donde solo participaron facciones chavistas y oficialistas; pero asegurando, al mismo tiempo, que eso no hubiese sucedido nunca, de haber concurrido los particos políticos de la oposición con sus candidatos, quienes hubiesen tenido un control de las actas, resultados de mesas y centros de votación. Pareciera que este último fue el que captó la oposición venezolana, representada en la denominada Mesa de la Unidad Democrática y el que la llevó a decidirse por ir a la carrera electoral de las gobernaciones.
En política, no se puede ser, ni iluso, ni tonto. Se es iluso cuando se cree que se pueden ganar unas elecciones, simplemente, guiándose por los resultados favorables de unas encuestas que te dicen que arrasarás con las votaciones a tus contrincantes, pero obviando que no tienes arte ni parte en el proceso de programación de las máquinas de votar, como tampoco en el manejo del padrón electoral, para evitar su manipulación, haciendo, por ejemplo, trasvases de electores, de última hora, de un sitio a otro. Pero se es tonto, cuando a pesar de saber todo lo anterior, decides igualmente participar en un proceso electoral como el del domingo pasado, pensado que a ti no te va a pasar y que vencerás cualquier obstáculo a pesar de todo. Y efectivamente, hubo cinco gobernaciones que se le dieron a la oposición, a pesar de todo, pero que solo sirven en la estadística de las democracias modernas para demostrar que el gobierno no puede ser acusado de fraude alguno.
Un negocio redondo para el régimen, que no solo mantiene un número similar de gobernaciones, sino que, de paso, obtiene la del Estado Miranda, la joya de la corona, políticamente considerada, aunque entregando la también muy importante del Estado Zulia, tras un pase de factura a su, ahora, exgobernador.
Pero, los beneficios no terminan allí, y se puede decir que son inmejorables para el gobierno del señor Maduro y su futuro político. Crean un clima de paz política tras las elecciones del pasado domingo, que de verse nuevamente perturbado por manifestaciones y protestas de calle no tendrían motivo de justificación alguno viniendo de la oposición. Ratifican, por otra parte, el discurso de democracia y elecciones del chavismo, al tiempo de que dejan una sensación de fortaleza en el PSUV, así como de aceptación, en general, con respecto a la gestión del gobierno, que algún poso dejará en la opinión pública internacional.
En definitiva, las elecciones del 15 de octubre pasado, legitimaron las actuaciones del gobierno de Maduro, dándole un giro de ciento ochenta grados a la situación política de Venezuela, al permitirle recuperar parte del terreno perdido, al oficialismo, y situarlo en una situación inmejorable para cualquier propuesta electoral, de cara a los comicios presidenciales que deberían darse a fínales del próximo año 2018.
Quizás, lo único no tan malo, es que dejan en el electorado opositor un sentimiento de frustración y de impotencia que hará inútil cualquier llamado a elecciones, por importantes que sean, sino hay representación de los partidos políticos de oposición en el CNE y se firman acuerdos políticos que garanticen su transparencia y pureza. Algo en lo que la oposición debió haber insistido desde hace ya tiempo, antes de pretender ganar espacios políticos sin más.