En otras ocasiones he comentado lo mal administrador privado que puede llegar a ser el Estado. Ya lo dice el conocido refrán: zapatero a su zapato.
No son compatibles los principios y orientación que rigen el sector público, con los que se usan para navegar en el agitado mundo de las empresas privadas. El Estado debe estar dedicado a servir y orientar socialmente sus actividades, mientras que la empresa privada está dedicada a generar trabajo, lograr dinamismo comercial, cumplir sus obligaciones, cuidar su patrimonio y tener utilidades. Además, cuando no se siente como propia la empresa que se administra, se tiende a tener excesos que no van de la mano con el tamaño del negocio.
Ahí aparece el paternalismo estatal, donde el “papá Estado” provee el dinero que le pidan para promover proyectos de inversión sin sentido y gastos desproporcionados, donde lo único que logran con el tiempo es acabar con las empresas que administran.
Son pocas aquellas empresas de carácter privado que han sobrevivido a administraciones estatales, por lo tanto, esta excepción confirma la regla. Lo más sano es que el Gobierno decida vender todas las empresas que fueron tomadas a lo largo de la década perdida. Se debe ordenar una auditoría urgente a cada una de esas empresas que el Gobierno acumuló por la vía de la expropiación, remate, dación en pago, entre otras, para verificar su estado y saber si son viables económicamente, o si en definitiva son sacos rotos donde cada centavo ingresado es aspirado sin generar beneficio alguno.
No hay que olvidar tampoco las empresas que el Estado remató y que luego “vendió” con financiamientos a largo plazo a sus empleados, sin que hasta la fecha se cumplan los repagos de las deudas debido a la situación calamitosa en que se encuentran.
Este también fue un acto irresponsable, donde por simple demagogia durante el gobierno anterior, se entregaron grandes y valiosas propiedades o empresas a sus extrabajadores, sin el respaldo necesario para honrar lo adeudado. Me temo que es cuestión de tiempo para que se vengan quiebras en cascada.
De acuerdo con lo indicado por Ud. Diana A. Saludos a la distancia.
Efectivamente, el estado no está para producir utilidades y, cuando mejor lo hace, no puede pasar de ser más allá de buen administrador.