Dentro de los hechos más recientes del proceso secesionista catalán, de vieja data, que viene carcomiendo las entrañas de España y que acaba de alcanzar con la declaración de la Republica de Cataluña por el parlamento regional catalán, su clímax político, vale la pena destacar algún otro de menor relevancia política, pero de tremenda significación ideológica, si se quiere entender lo que cruza por la mente de algunos de los más importantes portavoces del movimiento independentista catalán.
Nos referimos a algunas de las ideas separatistas que uno de los máximos dirigentes catalanistas como lo es Oriol Junqueras, presidente de Esquerra Republicana, tiene al respecto y que ya dejó expresadas en el pasado, cuando la actual efervescencia del conflicto político aún no se vislumbraba, pero ya se intuía.
Fue la diputada de Cataluña por el partido Ciudadanos, Inés Arrimada, quien recordó, como siempre suele pasar en estos procesos políticos de pugna intensa entre intereses y sentimientos encontrados, donde la memoria colectiva siempre consigue rastros, lo que el señor Junqueras había escrito, por allá, en el año 2008, sobre la genética catalana: «En concreto, los catalanes tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles; más con los italianos que con los portugueses; y un poco con los suizos. Mientras que los españoles presentan más proximidad con los portugueses que con los catalanes y muy poca con los franceses.»
Pero como los recuerdos, sobre todo de este tipo, no vienen solos, también lo que dijo el señor Jordi Pujol, quien fuera presidente de Cataluña durante casi un cuarto de siglo, y actualmente objeto de un proceso de investigación judicial de su fortuna familiar, volvió a salir a la luz después de más de medio siglo, cuando en su libro “Immigració, problema i esperança de Catalunya”, publicado en 1958 y reeditado en 1976, expresó lo siguiente: “El hombre andaluz no es un hecho coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, es un hombre que hace cientos de años pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de la comunidad. (…) constituye la muestra de menos valor social y espiritual de España. (…) es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza numérica llegase a dominar, sin antes haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. Introduciría en ella su mentalidad anárquica y paupérrima, es decir, su falta de mentalidad”.
Si bien pudieran decirse muchas cosas sobre este tipo de discurso racista, neonazi y fuera de lugar en el mundo actual, más aún, al margen de la unidad europea que el viejo continente busca, fundamentado precisamente, en sus comunes raíces históricas y culturales, donde no hay razas puras, ni semipuras; lo único que cabe recalcar es la miseria intelectual y humana de quienes todavía pretenden construir una sociedad superior, basada únicamente en las que se consideran mejores semejanzas de un grupo, y no en las posibles diferencias con los demás.
Después de muchos siglos de historia conjunta, llena de guerras, invasiones étnicas y culturales diversas, en el suelo de la península ibérica, llaman particularmente la atención dichos comentarios xenófobos sobre los andaluces, quienes han dejado en Cataluña una profunda huella cultural, quizás aún mayor que en el resto de España. Una huella que cuando interesa se acuña como propia de Cataluña.
Quien puede negar que los toros y flamenco son los iconos de la cultura española por el mundo. Pero curiosamente, no sucede lo mismo en el territorio español, donde en algunas de sus provincias, las situadas al noroeste, resulta difícil, por no decir imposible, encontrar un tablao flamenco o una plaza de toros. En Cataluña, por el contrario, donde se consideran diferentes al resto de España, las manifestaciones andaluzas están a la orden del día.
Quien no recuerda, por ejemplo, a dos catalanes famosos del folclore español, como lo fueron Peret cantante de rumba flamenca, de gran éxito en América o, a Antonio González Batista, mejor conocido como El Pescadilla, esposo de Lola Flores y a quien se le considera el padre de la rumba catalana, que aunque es flamenca en sus raíces, se bautizó como catalana, por razones obvias. Y ni que decir de la fiesta brava, que tuvo en Cataluña a uno de sus mejores públicos y en la Monumental de Barcelona a una de las más importantes plazas de España.
La pregunta que surge es ¿de qué españoles se quieren diferenciar los catalanes? pues de los andaluces, ciertamente, no pareciera.