El rumbo del país está marcado en gran medida por la educación, paradigma vinculante de medición del grado de prosperidad de una sociedad libre. Las sociedades totalitarias, en cambio, pueden ser medibles por sus niveles de pobreza.
Las mejores escuelas están generalmente en el sector privado, compiten arduamente entre sí para producir la mejor relación costo-beneficio que les permita: desarrollarse en un mercado gravemente afectado por distorsiones de índole política, crecer académicamente, generar empleo y riqueza, y permanecer a la varguardia del sistema a lo largo del tiempo. Las dificultades del propio mercado y el entorno regulatorio marcan decididamente la más compleja barrera de entrada a nuevos jugadores, afectando directamente la competitividad dentro de la industria de la enseñanza.
El Estado por esencia no es competidor y por naturaleza propia es además ineficiente. Las escuelas públicas ni siquiera logran competir de igual manera entre ellas, mucho menos con las del sistema privado. Solo la competencia leal logra mayores niveles de eficiencia y productividad.
Si el Estado no puede efectivamente conducir el sistema educativo público, ¿por qué no incentivar al sistema privado para que con créditos y alicientes tributarios pueda llegar a otros segmentos de la población? Si el Estado pensase que sus políticas son suficientes para vencer al subdesarrollo educativo habría entonces que preguntarles a sus respectivos funcionarios dónde estudian sus hijos. La respuesta delataría una realidad incontestable.
Excelente artículo Gonzalo Z. Derogar las trabas y dificultades creadas a la educación particular y sobre todo a los maestros que ya no pueden trabajar en varios establecimientos educativos, disminuyendo sus ingresos. Saludos. Ab. SCC.