Un grande se ha marchado dejándonos un maravilloso mensaje de todo aquello que el hombre en su espíritu de libertad es capaz de lograr a pesar de las infinitas dificultades y los obstáculos más infranqueables. Pancho Segura fue un hombre sencillo; humilde por su cuna, pero aún más popular por su carisma; visionario a corta edad en un mundo trazado por prejuicios; marcado por el destino desde su nacimiento, la raqueta fue su herramienta de superación, con monumental desparpajo se enfrentó solo al mundo, derrotó a la pobreza y su revancha fue la gloria de su leyenda.
Segura, uno de los verdaderos monstruos del tenis de todas las épocas, fue reconocido por todos lares, no solamente por sus electrizantes movimientos en cancha y una prolija técnica plasmada en sus nada ortodoxos golpes a dos manos, como también por su exquisita personalidad con la que brilló con luz propia alrededor del mundo.
Nadie escoge dónde nacer, pero el Ecuador tuvo la dicha de tenerlo y ahora ha perdido a uno de sus más grandes exponentes deportivos de todas las épocas. Dios quiera que el país produzca más atletas de su nivel, pero definitivamente no habrá otro como él. Su cautivante sonrisa nos ha dejado, pero su legado es imperecedero porque su historia hace rato dejó de ser un patrimonio nacional. Segura venció a la adversidad, escogió vivir en el exterior y con su trascendente trajinar universal hizo cada vez más grande a su Patria. Que Dios lo tenga y guarde en su gloria a nuestro eterno campeón de campeones.