Entre la religiosidad de la Navidad y el júbilo por recibir un nuevo año existe un sentimiento profundo de fe, caridad, solidaridad y esperanza que embarga al mundo occidentalizado en una singular demostración de pertenencia de valores, unos muy propios y otros también asimilados de otros lares. Es indiscutible que estas fechas han sido impactadas por un cada vez mayor proceso de comercialización de productos y servicios que van de la mano de una implacable globalización. El individualismo, sin embargo, hará que cada uno celebre de acuerdo a sus convicciones y haga sus respectivas promesas ante el advenimiento de nuevas expectativas y desafíos.
Hacemos votos por mejores días, entendiendo que el futuro del país está gravemente en riesgo de caer en una determinante espiral de inestabilidad y que solamente la adopción de trascendentales medidas politicoeconómicas podrán evitarla. Que el espíritu de reflexión prime por naturaleza e ilumine a quienes deban tomar las decisiones más difíciles con el propósito de brindar al país una oportunidad viable para superar su más grave crisis en su vida republicana.
La nación en su conjunto solo debe mirar hacia atrás para reconocer los errores y aceptar sus faltas, pero su norte debe ser únicamente la corrección del libreto para emprender un sendero de prosperidad. Celebremos entonces en familia y despidamos el año con la convicción de que nuestro país sabrá sortear todos los obstáculos y desarrollar luego una ruta de superación de sus conflictos más enraizados. ¡Salud!