La polémica causada por el indulto otorgado al exmandatario Alberto Fujimori en la nochebuena pasada, por el presidente Pedro Pablo Kuczynski, tiene dividido al Perú en dos mitades; las mismas que participaron en los comicios del 2016 y en las que el fujimorismo, encarnado en Keiko Fujimori, fue derrotado en una segunda vuelta, por un margen de apenas unos cuarenta mil votos. Pero fue una derrota en cierto modo relativa, pues si bien no ganó la presidencia del país, obtuvo una amplia ventaja en el poder legislativo cuyos frutos, algunos que, incluso, parecían prohibidos políticamente, ya están empezando a recoger.
En un país, donde sus últimos cinco presidentes han sido acusados de haber cometido delitos de corrupción en algún momento de su vida pública y donde el único enjuiciado y sancionado con cárcel, hasta ahora, es Fujimori, resulta fácil entender que la opinión pública esté tan recelosa con el indulto presidencial concedido por Kuczynski, quien se acaba de librar de una solicitud de destitución, iniciada por la agrupación política Fuerza Popular, liderada por la hija de Fujimori. Un recelo que parece estar más que justificado, debido a que los diez votos que impidieron la destitución del actual presidente del Perú, provenían del seno del fujimorismo, es decir, de los mismos que la solicitaron.
Dicen que después de la tormenta viene la calma, pero en el Perú será muy difícil encontrarla, pues el gobierno de Kuczynski ha quedado a la deriva, solo, sin los apoyos que lo llevaron al poder y, aunque parezca inverosímil, con el único sustento que le pueda dar el propio fujimorismo, a mediano o corto plazo.
Las amenazas que se ciernen sobre el gobierno de Kuczynski son muchas. El aislamiento político es una posibilidad, aunque creemos que la superará logrando formar un nuevo gabinete. Nuevas acusaciones son también probables, pues si bien se libró de haber mentido, negando al principio su relación con Odebrecht durante el gobierno de Alejandro Toledo, y reconociéndola más tarde, cuando ya no había remedio, Kuczynski pudiera enfrentar otra, por haber comprado, supuestamente, los votos que lo salvaron, algo de todos modos difícil de probar. o incluso, un proceso penal en instancias internacionales, como algunos ya lo han anunciado, que busque anular el indulto de Fujimori, lo cual lleva tiempo y nos luce jurídicamente insostenible. Todas esas denuncias y, mucho más, caben en el horizonte político del Perú actual, pero vemos difícil que se den y menos aún que lleguen a prosperar de ser incoadas, sin los respaldos políticos suficientes que son los que cuentan a la hora de la verdad.
Pero el verdadero peligro que acecha a Kuczynski estriba, precisamente, en haber ganado por los pelos la presidencia, más por un sentimiento anti-Fujimori, que por atributos propios. Si el fujimorismo, con mayoría absoluta en el Congreso peruano, fue capaz de tender esta celada a Kuczynski, quien quita que no lo vuelva a hacer; sobre todo ahora que el objetivo de liberar a Fujimori fue alcanzado.
Este último, un tema que despierta alguna que otra interrogante. Una de ellas es la de por qué prefirió el fujimorismo cambiar la libertad de Fujimori por la posibilidad real de que Kuczynski fuese depuesto, pues no contaba con los votos suficientes para parar la moción en su contra, desperdiciando así la oportunidad de ir a un nuevo proceso electoral. La mejor respuesta tal vez la encontremos en el hecho de que el electorado daba como cierto, en la elecciones del 2016, que Fujimori sería indultado si Keiko, su hija, ganaba la presidencia. Un tema álgido que dividió a los peruanos y que jugó en contra de la candidatura de la hija de Fujimori en la fase de balotaje. Por eso, cabe pensar con toda propiedad, que eliminado ese obstáculo, es decir, no siendo ya la liberación de Fujimori un tema de campaña electoral, el fujimorismo tenga la vía despejada para alcanzar el poder. Además, el hecho de que Fujimori esté en libertad plena, con todos sus derechos políticos recuperados, como consecuencia del indulto, puede ser una ventaja en unos próximos comicios, más que una desventaja.
La verdad es que en sociedades políticas que olvidan pronto, como las nuestras, un Fujimori que a pesar de su visible deterioro físico, no padece una enfermedad incurable, ni presenta signos de demencia, razón por lo cual no debió ser indultado, según es la creencia de muchos en el Perú, puede convertirse en una promesa electoral, a no muy largo plazo. Y si se piensa que la edad puede ser un obstáculo, pues Fujimori acaba de cumplir 79 años, ahí está el ejemplo del propio Kuczynski, quien tiene una edad similar.
Qué duda cabe, que después del indulto, la sombra de Fujimori planea, una vez más, sobre el Perú.